29 Junio 1957 Osvaldo Herrera González y Roberto Hernández Zayas participan en el PRIMER INTENTO DE ABRIR EL SEGUNDO FRENTE ORIENTAL
Con sus 22 años Julio era un joven serio, estudioso, con un altp sentido de responsabilidad, a veces meditabundo, en ocasiones regañón, profundamente convencido de la necesidad de la lucha revolucionaria, valiente y al mismo tiempo cariñoso y de grandes sentimientos humanos.
Por la esquina de G y 17 aparecía a ratos un pobre viejo limosnero, maloliente, barbudo y raído. Los muchachos del barrio a veces se burlaban de él y lo molestaban con dicharachos y nombretes. Julio no permitía que nadie ofendiera al viejo en su presencia y a menudo se sentaba a su lado en la acera, para conversar.
Cuando le preguntábamos sobre su extraña amistad nos decía: "ese hombre tiene una gran experiencia de la vida, fue empujado al estadio más bajo de la sociedad, ha pasado penas y sufrimientos, conoció la crueldad y la ambición humana, merece respeto y compasión y de él podemos aprender mucho".
A Chiqui lo conocí en Santa Clara por los años 1953-1954; nos sorprendió la noticia de su muerte junto a la de Julio. Lo conocí por las referencias emocionadas de sus familiares más cercanos y de compañeros comunes de lucha.
A pocos meses de la tragedia trabajaba clandestinamente con el Movimiento en Cárdenas, cuando a finales del año 1957 y principios de 1958 tuve oportunidad de convivir con la familia de Chiqui, en Varadero, y de leer sus poesías, editadas posteriormente para recaudar fondos para el Movimiento; con la lectura un profundo recogimiento me embargó, pues daba la impresión de que Chiqui presentía que iba a morir.
Si de alguna forma Chiqui pudo presagiar la posibilidad de su muerte, entregado a la lucha revolucionaria, esto no constituyó motivo alguno para que se apartara de ella. La vida, ese regalo de la naturaleza, ese don maravilloso, para muchos divino, que a Chiqui se le brindaba plena, no fue para él más importante que sus convicciones e ideales.
Al día siguiente de la muerte de Julio y Chiqui, donde resultó herida y prisionera Gladys García, Marel, explota accidentalmente otra bomba en Colón, en la casa de Caridad Díaz, Chilica, donde el Chino Capote pierde varias falanges de los dedos de la mano derecha y es detenido.
Aquí también es hecho prisionero Amador del Valle, quién venía huyendo por la explosión de la bomba en Santa Clara, así como el padre de Chilica y su mamá.
El 27 de mayo de 1957, son apresados 35 compañeros en Cienfuegos, entre ellos Casitas y Cheíto, los que se encontraban acuartelados para acciones que pueden considerarse como el intento de lo que después sería el Alzamiento del 5 de septiembre.
En estas acciones en Cienfuegos estaba prevista la participación de Osvaldo y la mía, pero por una mala coordinación de última hora no fuimos localizados cuando se produjo la salida de La Habana.
Los compañeros involucrados llegaron a Cienfuegos procedentes de varias ciudades, situándose la mayoría de ellos en una casa del reparto Buena Vista.
Cheíto Quián relata la odisea vivida por los 35 al ser detenidos, expresando la forma brutal en que fueron golpeados y torturados.
El concepto de Derechos Humanos carecía por completo de significado para aquellos criminales;
Pero si bien sus cuerpos estaban deshechos, la moral revcucionaria estaba más fuerte, saludable y erguida que nuca. Habían sabido callar. Fueron a triunfar o morir. Y aquello era un triunfo. Ganaron la batalla con un solo tiro Todos, en un mayor o menor grado, staban marcados por lo que representaba una dictadura
Todos estos reveses, así de golpe, en tan poco tiempo, con los compañeros muertos o presos, nos afectaron grandemente, a la vez que nos reafirmaron en nuestra decisión de lucha. Junto con Osvaldo nos propusimos incorporarnos, sin saber cómo, al frente guerrillero en la Sierra Maestra, lo que realmente no era tarea fácil, pues aún el núcleo guerrillero encabezado por Fidel trataba de consolidarse.
RUMBO AL FRENTE GUERRILLERO DE LA SIERRA MAESTRA
Osvaldo contactó con Faustino Pérez, expedicionario del Granma y dirigente del M-26-7 en la capital, preso en el Castillo del Príncipe, de quien logra la autorización para llevar a cabo nuestro propósito, así como el contacto en Santiago de Cuba con los compañeros del Movimiento que nos recibieran y nos encaminaran hacia la Sierra.
Salimos el 19 de junio de 1957 por ómnibus, pero esa noche, antes de partir, le dimos candela a una imprenta, decididos a lograr nuestro objetivo.
El día siguiente lo pasamos en Santa Clara, donde hicimos escala en casa de Renaldo Martín, quien también perteneció a la Asociación de Alumnos del Instituto. Desde allí enviamos por expreso ferroviario a Santiago el revólver de mi padre, un Colt 38 que había tomado semanas antes. Consideramos más seguro llegar desarmados a Santiago ante la posibilidad de un registro.
Por fin llegamos a Santiago, sin conocer allí a nadie. La primera noche la pasamos en un hotel. Al día siguiente hicimos contacto en su casa con María Antonia Figueroa, tesorera de la dirección del Movimiento en Santiago y conocimos a pu mamá, Cayita Araújo. Se decidió que fuésemos para la casa de Silvina Leyva, una colaboradora del Movimiento.
Silvina era enfermera de la Clínica Los Ángeles y albergaba algunos huéspedes en su casa de San Agustín No. 466 entre Bayamo y San Jerónimo. Osvaldo y yo nos instalamos en los altos, al final de la casa, que además de amplio nos parecía lugar bastante seguro, pues daba a otros tejados y patios contiguos. Muy pronto Silvina nos tomó afecto. Su preocupación por nosotros, las atenciones que nos dispensaba y su identificación con nuestra misma causa, hicieron que esa estancia transitoria se convirtiese en cariño entrañable y respeto profundo.
Era una señora ya madura, pero llena de vitalidad, más bien alta, corpulenta, de presencia y rostro agradables, de piel trigueña. A pesar del corto tiempo que estuvimos en Santiago ya nos sentíamos santiagueros y hasta tratábamos de hablar "cantando" como ellos. Cuánto cariño, atenciones y cuidados recibíamos, no salíamos mucho y cuando lo hacíamos íbamos a casa de Mirta Fernández, quien vivía cerca de Silvina, o de otros colaboradores de la clandestinidad. Un día nos llevaron a recorrer la ciudad y pudimos conocer muchos de sus encantos.
Cuánto disfrutábamos las visitas a casa de María Antonia y Cayita, aquella viejita cariñosa y patriota, firme, fidelista, llena de consejos, de anécdotas, profundamente religiosa y convencida de la victoria final, que nos hablaba de Frank País con ese orgullo que parecía de madre y de su Santiago rebelde con la admiración de quién conocía, la ciudad y su gente y sabía lo que representaban en aquellos tiempos de confrontación. Compartimos por algunos días la compañía de Aida Santamaría, quien se identificó tanto con nuestras convicciones como con la impaciencia que al cabo de algunos días ya se manifestaba en nosotros, la que propició una conversación telefónica con su hermana Haydée. Osvaldo habló con Haydée lleno de emoción y alegría y le confirmó nuestro propósito de no regresar a La Habana, poniéndonos a la disposición del Movimiento para participar en las acciones que se consideraran necesarias mientras esperábamos a que se crearan las condiciones para subir a la Sierra.
Por esos días y de forma casual, en un quiosco cercano, nos encontramos con Pepe Prieto, quién me llamó desde un jeep completamente cubierto que transitaba por el lugar. A Pepe, miembro de : la Dirección del Movimiento lo conocía de la Habana y con frecuencia llevaba mensajes suyos a compañeros presos en e4l Castilloi del Príncipe entre ellos a Faustino Pérez y Armando Hart, impuesto de nuestros propósitos, Pepe también quedó en ayudarnos. Más adelante fueron a vernos Bebo Hidalgo y Ásela de los Santos y nos convocan a participar en un alzamiento que se produciría con el fín de abrir un segundo frente guerrillero en Oriente.
Desde mediados de mayo de 1957, a pocos meses del desembarco del Granma y cuando aún se luchaba en condiciones muy duras por consolidar el frente guerrillero en la Sierra Maestra, Frank País, el joven y esclarecido dirigente del Movimiento 26 de Julio, orientaba sobre la importancia de crear otros frentes guerrilleros en el país, que aliviaran la presión sobre el núcleo encabezado por Fidel y extendieran la guerra a otros territorios.
Autorizada la apertura del Segundo Frente Oriental por el Comandante en Jefe, Frank se dedicó febrilmente a cumplir tan importante misión.
A principios de junio de 1957, Fidel le remitió a Frank un mensaje con Rene Ramos Latour, Daniel:
Compañero David:
Envío al portador para que se ponga a las órdenes tuyas con uno de estos fines. Utilizarlo en el S.F. o reintegrarlo a ésta...
Le he dicho que se atenga rigurosamente a tus instrucciones.
(Ver Daniel, Comandante del Llano y de la Sierra, biografía escrita por Judas M. Pacheco Águila, Ernesto Ramos Latour, Belarmino Castilla Mas, Editora Política, La Habana, 2003.)
Una finca denominada El Cauchal, próxima al central Miranda, en las inmediaciones de Palmarito de Cauto,Municipio de Palma Soriano, se escogió como punto de concentración de las fuerzas que se alzarían con la misión inmediata de atacar el cuartel del ejército ubicado en el central y marchar posteriormente hacia la Sierra Cristal, donde operaría el nuevo frente guerrillero.
Las fuerzas que compondrían el alzamiento estarían integradas por unos 50 o 60 hombres. A partir del 24 de junio comienzan a trasladarse los compañeros al campamento seleccionado y desde Miranda, Daniel le informa a Frank que ya pueden enviar a los demás hombres que integrarán el Segundo Frente.
Desde el día 28 de junio se conoce de actividades represivas de la Guardia Rural en la zona y en la mañana del día 29 las fuerzas del ejército pertenecientes al Escuadrón 14, de Palma Soriano, comenzaron con gran despliegue a detener a todos los sospechosos que encontraban a su paso.
Un grupo fue sorprendido cerca del cementerio y trataron de escapar, pero el enemigo hizo fuego y resultó muerto un compañero llamado Rene Medina. En el campamento rebelde se conoció del tiroteo y se decidió abandonar el lugar, el grupo que estaba con Daniel, con las mejores armas, salió en un intento por burlar el cerco tendido por las fuerzas del ejército de la tiranía.
Osvaldo y yo nos incorporamos a esta historia cuando conocimos, en casa de Silvina Leyva, que no iríamos a la Sierra Maestra, como era nuestro propósito, sino a participar en una acción armada en otra región oriental.
Aceptamos de inmediato, puesto que si bien todos los revolucionarios pertenecientes al Movimiento 26 de Julio anhelábamos encontrarnos con Fidel y combatir a sus órdenes, la necesidad de luchar contra la dictadura en cualquier lugar que nos encontrásemos el espíritu patriótico que nos animaba, indicaba el camino del deber, el de aprestarnos al combate allí donde se nos convocara.
El 29 de junio de 1957 tomamos el tren en Santiago de Cuba, rumbo a los paraderos de Palmarito de Cauto y Bayate. íbamos tranquilos, como dos jóvenes de vacaciones en viaje de visita a familiares o amigos. Esperábamos ser recibidos por compañeros encargados de los preparativos y marchábamos confiados.(....)
Aun cuando observamos movimiento de soldados en el tren, no pensamos que ello tuviese nada que ver con nosotros o con las acciones en que participaríamos.
Osvaldo me sugirió continuar juntos bajándonos en Palmarito, pero finalmente decidimos cumplir lo orientado y apostamos por quién se quedaba primero.
Cuando Osvaldo se bajó en Palmarito pensábamos en un pronto reencuentro y me quedé con un maletín que contenía nuestras escasas pertenencias.
El paradero de Bayate, donde me bajé, era una nave abierta sobre el andén en medio del campo, por donde pasaba la línea del ferrocarril. Como a cien metros de la línea se observaba una hilera de bohíos, en la que se destacaba un bodegón que quedaba frente al andén.
Por mucho que abordara a los que estaban en el paradero nadie se me acercaba, como esperaba que fuese. Diría que me miraban como si quisieran decirme que algo andaba mal. Cuando el tren partió me quedé solo en el andén, observado desde lejos por los que estaban en el bodegón.
Frente a mí pasó un hombre joven con sombrero de guano y una cañabrava al hombro dispuesto a pescar en un río cercano. Estuve tentado de franqueármele y acompañarle procurando ganar el monte, pero cuando todavía no me había decidido observé que se aproximaba al paradero un carro con varios soldados dentro con fusiles apuntando para afuera, hacia mí.
El revólver de mi padre, que había enviado desde Santa Clara a Santiago por expreso, aún no había sido recogido por los compañeros a cargo de ello y lo cierto es que no tuve otra opción que quedarme parado donde estaba.
Yo no engañaba a nadie, había que verme en aquella situación, joven de 19 años, con ropa más bien de ciudad y acabado de pelar a la malanguita, como pidiendo el agua por señas, sin tener ninguna coartada que sirviera para explicar mi presencia en aquel lugar.
Los guardias me sujetaron, registraron el maletín y preguntaron qué hacía allí. No pude decirles nada convincente y me condujeron al cuartel de la Guardia Rural en el Central Miranda, mientras comentaban sobre el alzamiento descubierto, la movilización del ejército en la zona, el alzado muerto y los prisioneros que tenían en el cuartel, tratando de impresionarme y de meterme miedo.
El cuartel era de madera con piso de tablas, levantado sobre pilotes. Se palpaba un estado de movilización y alerta, con postas reforzadas y parapetos defensivos. Entramos a un local rectangular amplio donde se encontraban varios guardias y me presentaron ante el comandante Ceferino Rodríguez, jefe del ejército en Palma Soriano. Se veía furioso y gritaba una pregunta tras otra, profiriendo insultos, palabrotas y amenazas, gesticulando y moviéndose constantemente a mi alrededor.
Enseguida lo identifiqué como uno de los guardias que vimos en el tren y que posiblemente también se bajó en Palmarito. Era un hombre de baja estatura y complexión fuerte. Deploraba no haberme quedado con Osvaldo en Palmarito, pero ya no había tiempo ni lugar para lamentaciones.
Ceferino se enfurecía con mis respuestas y sin esperarlo me asestó un violento puñetazo entre la nariz y el pómulo derecho, debajo del ojo, que me hizo retroceder, tambaleante, hasta que di de espaldas con la pared de tablas al fondo del local, y caí al piso semiinconsciente. Mientras retrocedía, Ceferino caminaba a mi lado al caer la emprendió a patadas sobre mi cuerpo, al tiempo que gritaba que le alcanzaran del establo unos arreos y otros objetos contundentes con los que amenazaba hacerme confesar.
Querían llevarme junto al muerto, refiriéndose así al compañero caído, y fusilarme si no lo confesaba todo.
Se tomó un respiro y registró mi maletín. Encontró un libro con escritos de Martí y mientras leía algunos párrafos decía furibundo: ¡Todos ustedes quieren ser unos "Martises"! Culpaba a Fidel por lo que sucedía, dedicándole una sarta de improperios muy escogidos y selectos.
Llegaron otros prisioneros y Ceferino desvió su atención hacia ellos remitiéndome al calabozo, al fondo del cuartel, en compañía de los demás detenidos. Estaba consciente de que me encontraba en una situación sumamente difícil. En cierto momento sentí miedo, tengo que confesarlo, pero no un miedo cobarde, era una sensación de impotencia, de intenciones y propósitos frustrados, de esfuerzos y recursos perdidos, de incertidumbre por lo que podría sucedemos, de temor a la tortura y por qué no, a la muerte, lo que en aquellas circunstancias y en aquellos tiempos eran posibilidades reales.
Pero sentí la indignación de verme golpeado, el recuerdo de los compañeros caídos en la lucha, el compromiso con la Patria y el rechazo a una banda de politiqueros, ladrones y asesi- nos que escarnecían al país y lo sumían en un abismo de calamidades y males del que solo podría salirse combatiéndolos.
A todos los temores se sobrepuso la entereza revolucionaria y cuando el esbirro se refirióla Martí de forma despectiva le respondí que era el ejemplo a seguir, el Apóstol de nuestra independencia y cuando me amenazó con más golpes le dije que podía hacerlo pues yo no sabía nada ni tenía nada que decir. Al verme con otros compañeros en el calabozo me sentí más animado, otros compartían mi propia suerte y siempre es más difícil, pensaba yo, asesinar a un grupo numeroso que a prisioneros aislados.
Por aquellos días la dictadura quería aparentar un estado de tranquilidad nacional y de legalidad y se preparaba para celebrar una farsa electoral en todo el país, con garantías constitucionales y otros derechos que en realidad no existían. Para el día siguiente, 30 de junio, estaba previsto un mitin electoral en Santiago auspiciado por los masferreristas, cuyos "tigres" habían ensangrentado las ciudades y campos orientales. Todo aquel clima de falsas libertades permitió, al menos, que el Juzgado Municipal de Palmarito de Cauto se personara en el cuartel del Central Miranda a conocer de los hechos donde resultara muerto un ciudadano.
Hice llegar al doctor Apeles Méndez, juez municipal entonces y combatiente rebelde después, el recado de que me encontraba entre los detenidos y que era hijo del juez de primera instancia del Norte de La Habana; Apeles me buscó y resultó ser un viejo conocido y amigo de mi padre, a quien avisó por teléfono de lo que sucedía, interesándose, además, ante Ceferino por un trato adecuado para los prisioneros.
El 29 continuaron llegando detenidos al calabozo. Alwin Odio y Álamo, con quienes un año después me encontré en la Sierra Maestra, llegaron con los pies llagados, en alpargatas, después de caminar durante horas por los montes cercanos. José Ramón Balaguer Cabrera y Rafael Durand Ochamendi, dos médicos de Guantánamo, también fueron apresados. En total fuimos veinte los detenidos.
Toda la noche la pasamos en vigilia pues los guardias temían un asalto al cuartel y el guardia viejo, calvo y barrigón que vigilaba el calabozo, medio borracho y con una ametralladora Thompson en las manos, nos apuntaba amenazante rastrillándola cada vez que se producía un llamado de alerta, lo que ocurría cada vez que los perros ladraban. El 30 se pasó con relativa tranquilidad, aunque todos quedamos consternados al escuchar por radio sobre la muerte de Josué País, el hermano de Frank, junto a otros compañeros, cuando combatían en las calles de Santiago mientras se efectuaba el mitin masferrerista. Esa madrugada regresó al cuartel la tropa que se encontraba de operaciones y conocimos de la captura del armamento destinado al alzamiento.
La prensa de la época publicó el siguiente parte del ejército:
El comandante Policarpo Chaviano y Álvarez, M.M. jefe del Negociado de Prensa y Radio del Ejército, en cumplimiento de lo dispuesto por el Estado Mayor del Ejército informa lo siguiente:
En radiograma cursado por el comandante Ceferino Rodríguez Díaz desde Palma Soriano, Oriente, informa al ayudante general del Ejército, que en las primeras horas de la mañana de ayer domingo, una patrulla del Puesto del Central Palma, había sorprendido un campamento del enemigo en la finca "Cauchal.", barrio de Palmarito de Cauto, término municipal de Palma Soriano, zona del Escuadrón 42 de la Guardia Rural a su mando, los que dejaron abandonados en el referido campamento un cuantioso alijo de armas que fueron ocupadas, procediendo a la captura de:
Elwin Odio Tamayo, vecino de Santiago de Cuba; a Fulgencio Guerra Torres, vecino de Palmarito de Cauto y a Ricardo Guerra Álvarez, de la propia finca "Cauchal", continuando la persecución y deteniendo a José Antonio Novo Pérez que les servía de guía, Daniel Matos Céspedes, Ernesto Rojas Miguel, Rafael Pérez Hernández, Roberto Hernández Zayas, Osear Jesús Lara Roselló, Dr. José Ramón Balaguer Cabrera, Dr. Rafael Duran Ochamendi, Enrique Cabrera Zarbabrúm, Fernando Torres Averhoff, José María Feria Mustelier, presentándose a sus perseguidores Julio Antonio Lavadie.
El comandante Rodríguez Díaz dispuso que las armas ocupadas fueran trasladadas al Cuartel Maestre de la Unidad a su mando, asimismo las municiones, equipo bélico y vituallas abandonadas por el grupo insurgente,
Cuya relación damos a continuación:
-1 ametralladora Browning calibre 30, de enfriamiento por aire con su trípode; 3 fusiles ametralladoras calibre 30; 2 fusiles Thompson calibre 30; 2 fusiles calibre 22; 18 fusiles calibre 30; 3 carabinas M-l; 3 Winchester calibre 44; 1 carabina Garand calibre 30; 1 escopeta automática, calibre 12;
-37 magazines de ametralladoras calibre 30; 8 magazines para carabinas M-l; 57 cargadores para fusiles Garand. 13,200 cápsulas calibre 30 para carabina M-l; 406 cápsulas calibre 22; 254 cápsulas para revólver calibre 32; 400 cartuchos de escopetas calibre 12;
-12 cananas; 2 cintas de metal para cargar 400 cápsulas calibre 30; 21 cananas bandoleras mexicanas; 6 cintas de lona para 250 cápsulas de ametralladoras calibre 30; 12 estuches de cuero para magazines; 1 canana para cartuchos de escopeta.
-Siete mochilas; ocho platos de campaña; 10 forros de cantimploras; 1 culatín de ametralladora Thompson; 27 cantimploras; 1 par de colchonetas de lona; 2 reverberos de quemadores a presión; 25 capas de agua; 2 sacos para dormir; 6 hamacas; 155 distintivos de unidad de color negro crema; 1 serrucho; 36 curas individuales surtidas; 28 frascos de medicamentos y otros materiales.
Mi padre hizo cuantas gestiones pudo en La Habana y en Santiago tratando de evitar una masacre y se apareció en el cuartel del Central Miranda al mediodía del 1ro. de julio, acompañado de un periodista de la capital.
Todas esas gestiones resultaron muy oportunas, pues ya habían identificado a Alwin como el autor del ajusticiamiento de un esbirro en el Zoológico de Santiago y se escuchaban voces que clamaban por tomar venganza.
El 2 de julio nos trasladaron a todos al Vivac de Santiago, puestos a disposición del Tribunal de Urgencia de la ciudad, pasando primero por Palma Soriano, donde la soldadesca escenificó un simulacro de linchamiento.
Llegamos a la cárcel de Santiago esposados o con las manos amarradas, en varios vehículos, yo en un camión de barandas metálicas altas, en medio de un despliegue de vigilancia militar.
Cuando el camión paró nos incorporamos y las personas que compraban en el mercado cercano nos miraban con una expresión de asombro y lástima, escuchándose a una señora cuando exclamó: ¡vean eso, si algunos son niños!
Cuando nos tuvieron dentro nos agruparon y se tomaron las fotos para la prensa; en ese instante se aparecieron el coronel José María Salas Cañizares y Mano Negra; dos asesinos connotados, terribles, amenazantes, rabiosos, destilando odio, como animales insaciables. Reinaba un silencio absoluto, interrumpido solo por las imprecaciones, exabruptos y gruñidos de esas bestias. Mano Negra nos apuntaba con su ametralladora y suplicaba autorización para ultimarnos allí mismo. Yo percibía que eso no era teatro, era algo que ocurría, algo a lo que ellos estaban acostumbrados, a matar. Fue un momento desagradable, muy desagradable, espeluznante.
Ya estábamos en la cárcel, en nuestras celdas. Habíamos descansado un rato, y algo más relajados conversábamos con otros reclusos, cuando avisaron que ponían en libertad a varios de nosotros, yo entre ellos, por ser menores de edad. Mi padre no había perdido el tiempo y con sus colegas de Santiago de Cuba había logrado esa disposición.
Esa misma noche viajamos en avión para La Habana.
El intento de abrir un Segundo Frente fracasó. Se había producido una delación. A principios de julio, Frank País informó a Fidel sobre lo ocurrido, lamentando el fracaso de la apertura del Segundo Frente.
Fue un duro golpe. La tarea la asumiría exitosamente más tarde el Comandante Raúl Castro Ruz, cuando desde la Sierra Maestra, partió al frente de una columna y pudo establecer el Segundo Frente Oriental, que llevaría el nombre glorioso de Frank País.
El regreso a La Habana constituyó, de hecho, una reincorporación a las actividades de la lucha clandestina; no pude llegar a la Sierra Maestra, no pude convertirme en un soldado rebelde, pero nuestra trinchera en la ciudad continuaba abierta.
Sin pensarlo ocupamos nuestro puesto y renovamos el compromiso irrenunciable de libertad o muerte, el mismo al que Fidel nos convocara con el Asalto al Moneada y con La Historia me Absolverá, el Desembarco del Granma y la lucha heroica en la Sierra Maestra.
Osvaldo se las arregló para pedir ayuda en Palmarito, al darse cuenta de que algo andaba mal, y pudo ocultarse por un tiempo, al cabo del cual se dirigió de nuevo a Santiago, a casa de Silvina, para incorporarse, posteriormente, al frente guerrillero en la Sierra Maestra. »
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Tomado de "Memorias de un combatiente por la libertad" de Roberto Hernández Zayas
Editorial Ciencias Sociales 2009
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