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viernes, 24 de febrero de 2012

PROTESTA DE BARAGUÄ

PROTESTA DE BARAGUÄ
PRESERVÖ LA DIGIDAD DE LOS CUBANOS








Baragua preservó la dignidad de los cubanos En víspera de los trágicos acontecimientos de 1878, España concentró en Cuba más de un cuarto de millón de hombres sobre las armas y un presupuesto anual de más de 36 millones de pesos.
Pero su nuevo jefe de operaciones, Arsenio Martínez Campos, estaba convencido de la imposibilidad de vencer a los cubanos en el campo de batalla y comenzó una nueva política, destinada a atraer a los que flaqueaban en el territorio de Cuba Libre. Mientras apretaba el cerco militar, indultaba a los desertores, respetaba la vida de tos prisioneros y ofrecía ventajas a los jefes locales por separado.

Desde 1876, la situación para los cubanos era desfavorable, no obstante los triunfos de Antonio Maceo y de Vicente García en Oriente. En octubre de ese año, Máximo Gómez tuvo que abandonar la jefatura de Las Villas y a finales de 1877, sólo quedaban en Camagüey 140 alzados.

El regionalismo había frustrado la invasión a occidente y la consolidación de las victorias en Camagüey, se carecía de un General en Jefe capaz de imponerse y concertar acciones decisivas y no sólo la defensa de sus zonas por los caudillos locales.

El sector más radical de los terratenientes que inició la lucha había perecido; sus continuadores sentían temor del ascenso de gran número de jefes y oficiales de las clases populares, como Maceo y el propio Gómez, gran estratega y libre de cualquier tendencia regionalista.

El último Presidente designado por la Cámara -después de un breve mandato del vicepresidente Francisco Javier de Céspedes, también de la familia Céspedes- fue Vicente García, pero ya pocos obedecían al gobierno y respetaban las decisiones de la Cámara de Representantes.

El 8 de febrero de 1878, los jefes militares de la región de Camagüey y diputados a la Cámara decidieron capitular, aprovechando la suspensión de hostilidades decretada por Martínez Campos para que los insurrectos pudieran conocer su plan de paz. Allí, en San Agustín del Brazo, la Cámara se disolvió sin consultar a los orientales, que aún obtenían importantes victorias.

El llamado Comité del Centro, constituido en esta ocasión, se puso en contacto con Martínez Campos, quien el 10 de febrero informó en su campamento de El Zanjón, que aceptaba la comunicación de los comisionados y ordenaba la suspensión general de las hostilidades. Con el Pacto del Zanjón debía terminar oficialmente la contienda el día 28.

Martínez Campos se apresuró a anunciar la pacificación de la isla, pero aún quedaban frente a España las tropas orientales de Antonio Maceo y Vicente García, y las villareñas de Ramón Leocadio Bonachea.

Al tiempo que ocurría ésto, Antonio Maceo -quien de soldado en octubre de 1868, ya era desde 1877 Mayor General- lograba en enero y febrero apoderarse de importantes pertrechos, tras sangrientas batallas cerca de Palma Soriano, en la Llanada de Juan Mulato, y destrozar en San Ulpiano al famoso batallón español de San Quintín.

Sus tropas, constituidas en su mayoría por esclavos libertos, negros y mulatos libres y un grupo de fieles oficiales blancos, estaban lejos de cualquier desmoralización y coincidían con su jefe en rechazar la capitulación sin independencia ni abolición de la esclavitud.

Las circunstancias llevaron entonces a Maceo a jugar un liderazgo político; dejando de lado cualquier rencilla, convocó a Vicente García y otros que aún estaban alzados y pidió una entrevista a Martínez Campos.

El 15 de marzo de 1878, en los Mangos de Baraguá, el jefe español poco pudo añadir a las intenciones de la pacificación.

Maceo fue tajante y claro; también sus acompañantes Manuel Calvar y Félix Figueredo: demandaban a España la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud, objetivos por los cuales los cubanos habían peleado durante 10 largos años y vivido todo tipo de sufrimientos y calamidades.

Las hostilidades se reanudaron el día 23 del propio mes en condiciones desiguales, todo el poderío de España contra mil 500 mambises que decidieron proseguir la lucha.

Inicialmente los españoles no respondían al fuego, pero después la pelea fue encarnizada y no les daban tiempo ni para ingerir alimentos.

El nuevo gobierno insurrecto acordó preservar la vida de Maceo y mandarlo al exterior, en mayo, a buscar refuerzos en la emigración, pero ante la imposibilidad de organizar una expedición, poco a poco la lucha cesó en el oriente, mientras en Las Villas el brigadier Ramón Leocadio Bonachea se mantuvo alzado varios meses.

No obstante, la Protesta de Baraguá que también tuvo su Constitución, preservó la dignidad de los cubanos, lo cual permitió revivir el espíritu de lucha para reanudar la cruzada independentista en el momento oportuno.

Desde mediados de 1878, comenzó otra conspiración que daría lugar en los siguientes dos años a la llamada Guerra Chiquita, con el alzamiento de veteranos del 68 y la participación de José Martí como subdelegado del Comité Revolucionario de La Habana.

A pesar del fracaso, el joven patriota dedicaría su vida a la preparación de la contienda de 1895 sobre bases nuevas, con los brazos armados de Maceo y Gómez.



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