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miércoles, 31 de agosto de 2011

Lydia Doce y Clodomira Acosta

Lidia Esther Doce Sánchez, Velasco, Holguín, 26 Agosto 1916
Clodomira Acosta Ferrals, Cayal, Manzanillo, el 1 de febrero de 1936
Detenidas en San Miguel del Padrón 12 Septiembre 1958
Torturadas, asesinadas y desaparecidas el 17 de Septiembre 1958

Milenio acaba de publicar una obra que contribuye al gigantesco movimiento editorial del país y estimula el creciente hábito de leer; está firmada por Gaspar González –Lanuza y evidentemente es un homenaje a las extraordinarias hazañas clandestinas realizadas, durante la Guerra de Liberación, en la Sierra y el llano, su titulo: Clandestinos. Héroes vivos y muertos.

Los protagonistas de esas historias habían compartido relaciones combativas con el autor y entre ellos se hallan Jorge Fernández Alderí (Higinio) financiero nacional de la Sección Obrera del Movimiento 26 de Julio; Nicomedes Cárdenas Alemán, destacado combatiente del 26 y el Comandante Delio Gómez Ochoa, jefe de acción nacional, del M /26/7, quien al llamado de nuestro máximo líder pasó a desempeñarse como jefe del Cuarto Frente Oriental Simón Bolívar.

El momento recogido en el texto coincide con la segunda mitad de 1958, considerada una etapa de considerable progreso en la marcha revolucionaria. Día a día, se acercaba el desenlace. Ya en esos meses se había ordenado por el Comandante en Jefe el avance de las columnas hacia la región occidental.

Precisamente en esa zona, se incluye la provincia de Pinar del Río, donde nació González-Lanuza, quien en 1955 se vinculó a la lucha en diferentes frentes. En ellos permanece hasta el final de la contienda, en 1959, como clandestino, con el nombre de Teodoro.

Un testimonio invaluable

Las vivencias del escritor llegan de forma amena y profunda y convierten el libro en una prueba testimonial invaluable. Entre los relatos resalta el de dos mujeres extraordinarias, las legendarias Lydia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, mensajeras del Che y Fidel, las cuales habían venido a la capital enviadas por ellos para cumplir riesgosas encomiendas.


Cercano un nuevo aniversario de los hechos, estamos reproduciendo algunas partes del libro como homenaje muy específico a tan bravas cubanas.

Conocedor de las condiciones en que se precipitaron para ambas las últimas horas de vida, este autor supera otras páginas ofrecidas. Solo alguien que hubiera estado muy cerca podría expresarse con tal riqueza de elementos y ajuste a lo sucedido, como lo hace Teodoro.

El secuestro de la Virgen

Ellas llegaron a la capital por vías diferentes y en el primer momento se alojaron separadas. Corrían los días finales de agosto y los primeros de septiembre. En recorrido de pocos minutos a través de la bahía, en municipio muy cercano a la capital, tendrían lugar festejos populares en honor a la Virgen de Regla, patrona religiosa del pueblo.

Las actividades tradicionales se vieron seriamente afectadas porque un comando del 26 sustrajo de la iglesia la imagen. Los autores estaban bien al tanto de cuán lejos estaban los vecinos de jolgorios y celebraciones en medio de la guerra extendida a todo el país.


El día 5 Lydia participó directamente en el secuestro en circunstancias extraordinarias, cooperó al traslado de la imagen a lugar seguro. Actuó junto a Gustavo Más, Amador del Valle Portilla, Víctor Tejedor, Griselda Sánchez Manduley y otros compañeros. Clodo no llegó hasta el día 10.

Paralelamente a estos hechos, los mismos compañeros vinculados al secuestro debieron participar en el ajusticiamiento de un chivato conocido por El Relojero. Eran momentos en que la actividad revolucionaria había alcanzado un alto nivel y las acciones en las montañas estaban en correspondencia con una serie de ofensivas militares en el llano que, según Lydia informó, llevaba a cabo el Ejército Rebelde y tenía en jaque a la tiranía.

Como se precipitaron los acontecimientos

Debe suponerse cual sería la respuesta del aparato represivo del régimen ante las fiestas suspendidas y el escándalo provocado por los acontecimientos. Las mensajeras debían protegerse a toda costa y los esbirros estaban demasiado interesados en mantener al tirano, del que se consideraban amigo, mediante detenciones, crímenes y torturas.

Dos mujeres: un destino

Lydia cumplió 43 años ese 28 de agosto, pero aparentaba más; había nacido en Velasco, Holguín, en el oriente norte cubano. Clodomira, en cambio, no parecía tener 22 años, era de Cayayal, en Providencia, Manzanillo, hoy provincia de Granma. Un lugar apartado y sin escuelas, en el que nunca aprendió a leer. Compañeras de lucha, encontrarse aquí, las alegró mucho.

González Lanuza detalla, convenientemente, cómo se produjo la vinculación con los sucesos del apartamento del Reparto Juanelo, donde finalmente se produjo la masacre en que fueron asesinados por la policía los participantes en el ajusticiamiento de El Relojero, con quienes se encontraban las mensajeras.

En la página 30 aclara bien como las características del sitio fatal no se ajustaban a los requisitos que debía tener una vivienda que alojaría a combatientes clandestinos y él confiesa que no gustó del lugar.

Después de insistir para que no se quedaran, pudo convencer a Lydia; a Clodomira no. Según explicó, ella había dado aquella dirección por si era preciso localizarla y su sentido del deber estaba por encima del peligro, aunque estuviera de acuerdo no podía aceptar el cambio. A ese lugar, para no dejar sola a la amiga, regresó Lydia y allí estaban cuando el baño de sangre cubrió la vivienda.

Los asesinos lograron hallar a confidentes que traicionaron y dieron la dirección y hasta allá, hoy municipio de San Miguel del Padrón en La Habana, fueron en la madrugada del 12 de septiembre. “Nosotros estamos de visita, oyeron testigos que decían las mujeres”, pero después gritaban: “Asesinos acaben de matarnos”, unido a quejidos y gritos terribles.

Al atardecer del mismo día, algunos compañeros, junto a un eclesiástico, visitaron el necrocomio y comprobaron que en la morgue estaban los cadáveres de Reinaldo Cruz, cuyo cuerpo presentaba 52 perforaciones de bala y otras tantas sus compañeros, Alberto Álvarez, Onelio Dampier y Leonardo Valdés; pero no había ninguna fallecida.

Tras los asesinatos y la detención de ellas, dos preguntas angustiosas estaban en el centro de la preocupación de todos, junto a la inquietud por sus vidas, cuales serían las consecuencias de intentar arrancarles información.

Solo logrado el triunfo de enero se pudo saber la verdad, muchos de los asesinos eran los detenidos, Eladio Caro, lugarteniente del sanguinario Esteban Ventura, habló antes de ser fusilado: De Juanelo fueron conducidas a la Oncena Estación, herida la mujer gruesa y mayor (Lydia) con un tiro a sedal en un glúteo que sangraba profusamente y Ariel Lima la empujó.

La mulata flaquita (Clodo) se soltó de su captor para defenderla En el sótano siguieron golpeándolas, atrozmente. Ventura quiso interrogarlas, pero nada dijeron, después Laurent, otro de los asesinos, tampoco lo consiguió. Fue éste, sin sacarles una sola palabra, quien en la madrugada del 17, ya moribundas, las lanzó al mar.
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Publicado en Trabajadores por Antonieta César el 19/08/2007

Lydia y Clodomira: clandestinas, vivas siempre
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GRUPO DE HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN SANTA CLARA (ACRC)

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