Meses después de iniciada la Revolución del 10 de Octubre de 1868, se reúnen en Guáimaro los patriotas, como cuenta en una de sus crónicas José Martí: "Guáimaro libre nunca estuvo más hermoso que en los días en que iba entrar en la gloria y en el sacrificio. Era mañana y feria de almas Guáimaro… La calle era cabalgata…"
Es el 10 de abril de 1869. Los patriotas se reúnen en la casa de José María García. Ignacio Agramonte está emocionado: aquella obra en gran parte es suya. Por la tarde, junto con Antonio Zambrana presenta la ley política fundamental que aprobarán los cubanos.
Y así repasa la historia Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente del Parlamento Cubano: "Aquí se dio, por primera vez, la expresión más alta de lo que serían los principios fundamentales: pelear hasta el final por la independencia absoluta del país, y la igualdad entre los seres humanos; la idea de la justicia social llevada realmente a la práctica con la abolición completa de la esclavitud y con el ejercicio de derechos civiles y políticos iguales para todos los hombres, independientemente del color de su piel y de su origen social".
En la Asamblea de Guáimaro se discute además, cuál será la bandera nacional, y aunque las discrepancias son muchas, se conviene en la necesidad de adoptar una sola: "El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón saneado, por la muerte, de Narciso López y de Joaquín de Agüero…"
Por aclamación unánime, después de elegir, a propuesta de Ignacio Agramonte, la bandera que había enarbolado Narciso López, la primera por la que se derramó sangre cubana, se acordó que la bandera de Carlos Manuel de Céspedes permaneciera al lado de aquella en la sala de sesiones, acuerdo que hasta hoy se cumple en el Parlamento Cubano.
El 12 de abril de 1869, concluye la Asamblea de Guáimaro, con la aprobación de la Constitución, y la formación del primer gobierno cubano, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, ocasión en la que juramenta: "Cuba ha contraído en el acto de empeñar su lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda; en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana".
Dos días después, animada por Ignacio Mora, Moralitos y Antonio Zambrana; Ana Betancourt, presenta una petición a la Cámara de Representantes, leída por Ignacio Agramonte, y en la que pide que "tan pronto como estuviese establecida la República concediese a las mujeres los derechos de que en justicia eran acreedoras…"
"Y al caer la noche, --cuenta Martí en su crónica por el 10 de Abril de 1869-- cuando el entusiasmo no cabe en las casas, en la plaza es la cita, y una mesa la tribuna. Todo amor y fuerza es la palabra. Se aspira a lo mayor, y se sienten bríos para asegurarlo. La elocuencia es arenga, y en el noble tumulto, una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana…”
Guáimaro entra en la historia de Cuba, con la aprobación de la Constitución más revolucionaria de su época, pues fue, en su momento, la más avanzada de todo el mundo conocido.…
Guáimaro dio lecciones de democracia al mundo: allí se reconoció la igualdad, no sólo formal, sino de derechos civiles y políticos, de todos los cubanos.
Horas de heroica virtud vivió Guáimaro en abril de 1869; pero un mes después se ordena, salvar del enemigo, por el fuego, al pueblo sagrado: "Ni las madres lloraron, ni los hombres vacilaron, ni el flojo se puso a ver cómo caían aquellos cedros y caobas. Con sus manos prendieron la corona de hogueras a la santa ciudad, y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro. En la casa de la Constitución ardía más alto y bello. ¡Guáimaro nunca fue más libre!”.
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