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viernes, 28 de octubre de 2011

AL ENCUENTRO DEL CHE

VILLACLARA
AL ENCUENTRO DEL CHE

En cumplimiento de la orden dada por Víctor Bordón, una vez él iniciara la marcha hacía el Escambray, en abril de 1958, nuestra zona de operaciones, en medio de su compleja situación, constituyó en todo momento un frente de combate, pudiéndose destacar el encuentro sostenido con fuerzas -muy superiores en hombres y armamento- al mando del asesino Eleuterio Pedraza, el 11 de noviembre de aquel año, a orillas del río El Ciego, en un lugar conocido como Cejas de Baracaldo, a unos cinco kilómetros de Manacas. El resultado fue muy positivo para nosotros.

Al recibir la orden del Che nos encontrábamos acampados al sur de la Carretera Central -la cual hostigábamos periódicamente, próximos al lugar donde el 26 de julio interrumpimos el tráfico quemando carros en el crucero Las Maderas, entre Mordaza y Manacas.

En el campamento, el ajetreo y la tensión eran grandes, preparándolo todo. Pretendíamos que nada se nos escapara y recibió, constantemente, los contactos solicitados impartiéndoles órdenes, amén de las reuniones con mi oficialidad. En aquellos momentos mis tenientes eran David Landín Rodríguez y José Esmildo Chaviano Hernández. Ellos eran los segundos al mando, además de otros oficiales.

En esas condiciones tomé una decisión: dejar dos guerrillas, una al este de Santo Domingo, bajo el mando de José Luis Rodríguez, Carpintero y la otra, al oeste, bajo el ruando de Rafael Hernández, Nenito (traidor). Razones: no podía dejar aquella zona, donde ya la lucha guerrillera había ganado fuerza y gozaba de prestigio y autoridad total, abandonada al enemigo. Mis órdenes a estos dos oficiales fueron similares a las que, un día, recibí de Bordón: crecer, mantener viva la llama de la guerra y esperar mis órdenes. La única que no tuve que dar fue la de sobrevivir, por cuanto los* tiempos habían cambiado. Debo decir que esas dos guerrillas crecieron y produjeron hechos de guerra, como los de Santo Domingo, central Washington, Cascajal, ataque a trenes entre Rodrigo y Santo Domingo, etc. Entre ambas sumaban, el 27 de diciembre, 121 hombres.

En aquellos llanos, por la zona de Rodrigo-Cifuentes, dejaba la guerrilla del Movimiento 26 de Julio comandada por Ramón Pérez, Manguito (traidor). Su falta de acción y el sistemático rehuir el contacto con nosotros nos había llevado a incursionar en la zona donde operaban y atacar el central Ulacia (hoy Carlos Baliño) y su pequeño cuartel, entre Rodrigo y Santo Domingo.

El ataque comenzó a las 9:00 PM. del día 21 de septiembre; no duró mucho, hicimos prisioneros y ocupamos armas. La población del batey nos recibió con gran alegría, colmándonos de atenciones. Ni corto ni perezoso, Manguito acudió a nosotros, quejoso de aquella incursión. En definitiva, el objetivo central se logró, al quedar organizada la comunicación y la guerra en aquel territorio. Al marcharnos de la zona: hacia el Escambray y por lo actitud del tal Manguito, la guerrilla se dividió y su segundo, Abelardo Mariscal, se .fue de la misma con un grupo de combatientes.

También quedaba por la zona de Corralillo otra guerrilla del Movimiento bajo el mando de Benito Campos (traidor). Su inercia era irritante y, a las solicitudes de acción daba la callada por respuesta. Ello nos obligó a trasladarnos con un pelotón a la zona ocupando los poblados de Minas de Motémbo y Punta Felipe, así como la carretera que unía el circuito norte con la Carretera Central, entre el 24 y el 25 de octubre. Como cartas de presentación y ya reunido con, él, le exigí me acompañara a ejecutar acciones que planifiqué en la carretera del circuito norte, a unos tres kilómetros de Corralillo. El día 26 salimos a la carretera y quemamos transportes, interrumpiendo el tránsito; también quemamos la tomatera, naves y equipos del yanqui mister Nelson y viramos un camión en la carretera, el 27; emboscados, esperamos al Ejército y con él topamos, ocasionándole bajas entre muertos y heridos, a la par que quemamos nuevamente vehículos en la carretera; era el día 28. Ese mismo día ocupamos el poblado de la* Sierrita. Allí estuvimos 5 días, los cuales fueron de mucha actividad.

Campito, muy alterado, se quejaba de las cosas que habíamos dicho y contado a sus-hombres sobre el desarrollo de la lucha guerrillera y por haberle quemado la zona preguntándonos, donde él se metía ahora. Le respondimos que allí mismo, con la diferencia de que,al fin, había llegado la guerra al lugar y él estaba obligado a mantenerla. Le entregamos algún avituallamiento y nos separamos.

Lo hecho en la zona de estas guerrillas fue en razón de que Bordón, al marchar al Escambray, nos dejó la jefatura de su territorio, por tanto, nada que ocurriese.en él podía sernos ajeno; además, el Comandante Diego, me dio y exigió jerarquía sobre ellos. Es justo aclarar que, tanto en las fuerzas de Benito Campos, como en la de Ramoncito Pérez, existían .hombres honestos, combatientes revolucionarios, ajenos a las concepciones y actividades de sus jefes, como por ejemplo los compañeros Ascanio y el Chino Franco.

Quedaban en el Llano cuatro guerrillas y, en los últimos 45 días de la guerra, crecieron en número considerablemente; en cuanto a acciones, unos se destacaron más que otros. Al llegar el comandante Bordón al territorio, cumpliendo la misión del Che, el 27 de diciembre, se subordinaron bajo su mando de inmediato. También quedaba una pequeña guerrilla que se formó y se nos subordinó por la zona de Cartagena. . .

Al caer la noche del 15, partimos hacia el Es-cambray con una mezcla de alegría y tristeza: íbamos al encuentro de viejos compañeros, a conocer el Che; pero dejamos nuestra muy .querida zona, a valiosos y muy queridos compañeros combatientes y colaboradores. A marcha forzada pasamos cerca de Cartagena; bordeamos Lajas y el central Caracas, cruzamos la carretera entre Esperanza y Cienfuegos, muy cerca de Cruces. Hasta aquí nos ayudó mucho Joseito Álvarez, del 26 de Julio y los campesinos que tenía organizados. Al otro lado de la carretera nos sorprendieron los compañeros del Movimiento de Cruces quienes se aparecieron con bocaditos y chucherías, espontánea y arriesgadamente, para saludarnos y mitigar nuestra hambre. En nuestra marcha llegamos al poblado de Crespo y, de éste, nos dirigimos, ya en línea recta hacia las montañas del Escambray, a cuyo territorio entramos cruzando la carretera Manicaragua-Cumanayagua, prácticamente a la vista de este último pueblo.

Todo el recorrido lo hicimos en unas 72 horas —lo cual no es un record pero sí un buen average- a lo cual nos ayudó mucho la tropa enemiga comandada por el capitán Regueiro que se ocupó de perseguirnos todo el tiempo, hasta la misma carretera de Manicaragua-Cumanayagua. Con esta tropa, casi chocamos en el central Caracas y llegó a cercarnos en las alturas de Crespo, impidiéndonos disfrutar del recibimiento de la población y el suculento almuerzo: puerco frito, boniato cocido y café. Aquello daba ganas de llorar. La concepción de la guerra que tenía Regueiro, capitán dé Academia y nuestra experiencia guerrillera, se convirtieron en buenos aliados circunstanciales para permitirnos escapar, rompiendo el cerco sin perder ni un hombre... pero también sin tocar la comida. --

Es de destacar que, entre Crespo y el Escambray, cerca de la carretera de Manicaragua, llegamos a la casa de un campesino, un veterano de la Guerra de Independencia, cuyo nombre no recordamos pero sí tenemos bien grabado con la emoción que nos recibió y el interés en darnos los pocos abastecimientos que, en su humilde hogar, tenía.

En todo el recorrido hasta la Sierra, bien por el Movimiento, bien por iniciativas propias que no pudimos rechazar, se nos incorporaron 18 hombres, cuya relación poseemos y quienes, ansiosos por combatir, querían llegar hasta el Escambray.

Ya en las laderas de las montañas, sin persecución, pudimos descansaren una vaquería. Aquello era maravilloso: se podía fumar, gritar y descansar sin mayor riesgo, muy diferente a la tensa y llena de limitaciones vida del Llano (….)

Llegamos de noche al campamento de Gavilanes. Allí nos recibió el doctor De la Oz, quien nos explicó que el Che, con el grueso de la tropa, hacía tiempo había bajado y tenía allá su Estado Mayor de avanzada, en el frente de combate; él fue atento y comunicativo, invitándonos a comer malanga hervida y dormir, en la hamaca que trajéramos porque, allí, no había cama.

Con las primeras luces del alba partimos hacia el Pedrero, íbamos bajando y, ya cerca del lugar, nos encontramos con Mimi, Noa, Carvajal, Arquímides, todos de mí pueblo y decenas de viejos compañeros más de lucha clandestina y de lucha guerrillera que conocíamos. Aquello fue de arrebato, alegría inmensa que nos embargaba a todos... y todos queriéndonos abrazar y hablar a la vez. Eran ellos una parte de la tropa de Bordón. Aquella mañana las fuerzas rebeldes habían salido del Pedrero y éste estaba siendo sometido a un bombardeo por la aviación enemiga; aquel espectáculo era algo nuevo en nuestras vidas de guerrilleros, en la cual, sólo habíamos conocido de la dichosa avioneta.

Continuamos nuestra marcha hacia el encuentro con el Che y, con más rapidez, por cuanto se nos había informado que el Jefe nos esperaba y estaba molesto por la tardanza.En las afueras del Pedrero, peligrosamente cerca del vórtice del bombardeo, estaba sentado, debajo de un frondoso árbol, el Che; leía como si nada estuviera ocurriendo. Allí estaba uno de los hombres que más me ha impresionado, que más me ha enseñado y que más me ha ayudado en la vida.

Los combatientes, cumpliendo órdenes, habían abandonado el Pedrero y buscado refugio en cañadas y montes para protegerse de la aviación enemiga que atacaba; sin embargo, allí estaba el Che; cerca de él, Parrita, quien tirado en el suelo aparentaba escribir algo; Villegas parecía dormir tirado a la larga; Argudín, sentado sobre la yerba, no me quitaba los ojos de encima y Olo Pantoja salió a mi encuentro, me identificó y nos saludamos diciéndome:
—El Che está que jode contigo.


Me lleva ante el Jefe y éste, ante mis palabras, levanta la vista del libro y a la mano que le extiendo me ofrece la .suya. Trato de continuar hablando pero, con marcado disgusto, me dice:" —Tú crees qué con este ruido se puede hablar... siéntate y espera.



Continuó leyendo, y yo me senté cerca de él. Ellos ni se daban por enterado de lo que.estaba pasando pero, a mí, no me hacía ninguna gracia estar allí en aquellas circunstancias, Cesó el bombardeo, habló con varios compañeros que se presentaron ante él y entonces fue que comenzamos a hablar nosotros. (…)

En la medida que avanzábamos en la conversación aquella borrascosa tempestad inicial se diluía aceleradamente dando paso a un nuevo sentimiento de respeto y admiración.

Al final, me dijo que lo acompañara, y así anduvimos unos días juntos en lo que esperábamos llegaran mis hombres; hablamos mucho. Che se informaba y me estudiaba, a! menos, esa era mi impresión. Yo también le estudiaba: el Che era sencillo, enérgico, crítico, pero humano, de una inteligencia y cultura muy desarrollada; extremadamente valiente y audaz, no era gente de guardar nada, tenía un muy desarrollado espíritu de sacrificio, no admitía privilegio alguno para con él; sabía qué quería y cómo lograrlo, era un gran conocedor de les hombres. Sus palabras siempre eran orientadoras; con él, uno aprendía y se desarrollaba mucho. Mi admiración y respeto crecían inconteniblemente hacia él y su trato, camaraderil, franco y sincero hacia mí, hacían sentirme bien.


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Tomado de "LA LUCHA EN LAS VILLAS" por Julio O. Chaviano Fundora.- Edtorial Ciencias Sociales 1990
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Relato del Capitán Julio O. Chaviano Fundora, jefe del destacamento Julio Pino Machado en el Frente de Las Villas





GRUPO DE HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN SANTA CLARA (ACRC)


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