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viernes, 28 de octubre de 2011

Detenido en la Habana Julio Camacho Aguilera

VILLACLARA
Detenido en la Habana Julio Camacho Aguilera
Jefe de Acción y Sabotaje en Habana Campo.
REMITIDO A LA 5TA. ESTACIÓN DE POLICÍA Y LUEGO TRASLADADO
AL ESCUADRON 31 EN SANTA CLARA



En los encuentros para organizar el trabajo Camacho fue conociendo a los cuadros que tenían responsabilidad en el territorio Habana Campo y los de Pinar del Río.
Pero para trazar las estrategias de las acciones, según las orientaciones recibidas, era necesario efectuar reuniones conjuntas con los dirigentes de las provincias, empezando por Orlando Nodarse, Coordinador del 26 de Julio en Pinar del Río.

Estas tenían lugar en la vivienda del matrimonio de Ramón Álvarez y su esposa Concha Acosta, ubicada en la calle 52 número 2502, reparto Buena Vista, en Marianao. Ellos eran los padres de César Álvarez, conocido como Cesar, Jefe de Propaganda de Pinar del Río, la vivienda era utilizada por los dirigentes del 26 de Julio de las provincias de Pinar del Río y la Habana.

Este trabajo se realizaba en medio de un marco represivo que tenía lugar en las ciudades, los acontecimientos del levantamiento ocurrido en Cienfuegos, aún se dejaban sentir en el frente de Acción y Sabotaje del 26 de Julio. Muchos jóvenes eran asesinados por los cuerpos represivos en todo el país, pero en la capital, alcanzaba cifras alarmantes.

Es en este clima de represión, que el movimiento clandestino demostraría su organización, su capacidad para movilizar a los revolucionarios y realizar una acción sin que las fuerzas represivas tuvieran tiempo de reaccionar y que la prensa tuviera que hacerla pública. Sergio González, El Curita, Jefe de Acción y Sabotaje en la capital, propuso la detonación de un numeroso grupo de bombas que explotarían simultáneamente en toda la ciudad, en lugares donde no causarían daños a las personas.

El día señalado fue el 8 de noviembre y la capital se estremeció a las nueve de la noche con las explosiones, quedando para la historia como "La Noche de las Cien Bombas".

Decenas de combatientes participaron en aquella coordinada acción. La reacción de la tiranía fue redoblar los allanamientos, las torturas a los detenidos, los delatores jugaban su papel y las autoridades rastreaban en busca de revolucionarios.

En este contexto los dirigentes del 26 de Julio en La Habana u otras ciudades, eran muy vulnerables. Diez días después de "La Noche de las Cien Bombas", tiene lugar una importante reunión interprovincial, en la que Camacho haría las coordinaciones finales con los hombres del 26 de Julio de Habana Campo y Pinar del Río.

La reunión fue convocada para el 18 de noviembre, en la casa de Ramón y Concha en Buena Vista. El día de la citada reunión, la policía llegó a la casa llevada por un prisionero que no resistió las brutales torturas que sufrió y las violaciones de que hicieron objetos a la esposa y a su hija, para obligarlo a hablar.

Al llegar a la casa, la policía, sin efectuar ningún registro ni dejar vigilancia se llevó detenido para la 5ta Estación de Policía a César Álvarez, Raúl Arencibia y Luis Tellería, todos de Pinar del Río, los que se habían quedado a pasar aquella noche en la casa del matrimonio, para asegurar estar a tiempo en la reunión.

Aunque Concha estaba muy nerviosa por la detención de su hijo y sus compañeros, supuso que la policía volvería, se sobrepuso al estado de preocupación por la suerte de los detenidos y recogió los paquetes de propaganda y explosivos que su hijo César tenía escondidos entre los estantes de la cocina y los llevó a lugares más seguros.

Seguidamente fue a la bodega de la esquina para hablar con el bodeguero, que era de confianza, y le comunicó que la policía había detenido a su hijo y a dos más que dormían en la casa, por lo que le pedía que se encargara de avisar a cualquiera que viniera con intención de entrar a la casa. Ella sabía que había una reunión del Movimiento, pero no se lo dijo.

Tal como Concha había presentido, la policía volvió y después de efectuar un registro se quedó ocupando el domicilio, era evidente que esperaban que llegaran otros revolucionarios. Un ruido en la calle distrajo la atención de los agentes que esperaban que alguien entrara. Desgraciadamente estaban llegando los que debían asistir a la reunión.

Camacho se trasladó al lugar en un auto conducido por Rodolfo de las Casas Pérez, Casita, que procedía de Santa Clara donde había sufrido torturas al caer prisionero en el grupo de los 35, en el mes de mayo en Cienfuegos y después de salir de prisión, el Movimiento lo mandó para La Habana.

Casita aparcó el auto a cierta distancia de la casa y se acercaron caminando, la puerta estaba entreabierta, la empujaron y al entrar fueron encañonados por varios esbirros que estaban dentro. Seguidamente llegaron Santiago Riera, tesorero del 26 de Julio, acompañado por su primo Gregorio Hernández.

El bodeguero no los conocía y quizás fueron confundidos con los mismos agentes de Ventura, el caso fue que no tuvieron la suerte de ser avisados. Dentro de la casa se encontraban los esbirros: Calviño; Miguelito, El Niño; Carratalá, El Flaco y otros agentes que esperaban la entrada de cada revolucionario para inmovilizarlos contra la pared, solo unos pocos se percataron de la presencia de la policía antes de entrar a la casa y les dio tiempo a retirarse, como fue el caso de Orlando Casas de Pinar del Río.

Casita al caer preso con los 35 de Cienfuegos, se había hecho el propósito de suicidarse antes que dejarse torturar de nuevo, pidió ir al baño y Calviño lo llevó, en este encontró una cuchilla de afeitar y aprovechando el descuido de este rápidamente se cortó las venas de los brazos, cuando iba a cortarse el cuello Calviño se dio cuenta y lo sacó a empujones del baño.

El momento fue de mucha tensión, la sangre brotaba empapando su ropa. Concha comenzó a pedir con angustia que no lo dejaran morir, los policías indignados proferían todo tipo de insultos, tratándolo con los peores calificativos.

La sangre seguía manchando la ropa del herido y llegaba al piso, y ante el reclamo de Concha, el agente ordenó iracundo:

— Llévenlo a Emergencias para que esta mujer se calle la boca.

En el cacheo le ocuparon a Camacho el documento que Faustino le había entregado, que estaba manuscrito, sin destinatario ni firma.

A continuación, en la misma hoja de papel tenía una nota escrita, evidentemente por otra persona, como dando continuidad a la anterior nota y con la misma falta de destinatario, fecha y firma.

Los agentes condujeron a Camacho esposado en el asiento de atrás con un soldado a cada lado y otros dos delante.

La perseguidora que lo condujo paró en una casa donde un policía se bajó y tocó a la puerta, esperó un rato hasta que salió un hombre de mediana estatura, al que llamaron Comandante que no era otro que Esteban Ventura, quien después de escuchar la información del agente, dio instrucciones de que lo esperaran en la 5ta. Estación de Policía.(.....)

Un giro a la izquierda y paran frente a la entrada de la 5ta. Estación de Policía, no la conoce no la había visto antes, pero conoce su historia de represión. Un empujón lo introduce en un local amplio, lo que ha sido para tantos revolucionarios el lugar donde perdieron la vida los compañeros que le antecedieron.

Todo es barullo, gritos, hombres vestidos de azul que se mueven de un lugar a otro y miran, con mezcla de curiosidad y desprecio a todo el que entra conducido por los uniformados.(.....)

Le quitan el cinto, los cordones de los zapatos, peines, billeteras, dinero, reloj y documentos, todo se requisa. El documento con las orientaciones del trabajo le fue ocupado en el momento de la detención y les produjo la sensación de triunfo por tener una información que los prisioneros ni con las torturas daban. Por eso lo separaron de los demás y lo trasladaron a él solo en una perseguidora.

Tenía que prepararse, si llegaba el caso, a morir con honor. Se imaginaba el suplicio a que sería sometido antes de matarlo, mentalmente fue elaborando el plan de lo que podía decir y de lo que no diría nunca, de lo que era conocido porque había sido publicado en los periódicos, acudiría a su buena memoria, al conocimiento que tenía de todas las provincias, de los muertos, de los que estaban presos en Isla de Pinos, fuera de este peligro, y de los que se encontraban en la Sierra Maestra conocidos por el enemigo.

Cuando le preguntaron sus generales, aunque supuso que no le valdría de mucho, dijo Israel Ruiz un nombre falso que vino a su mente. Cubiertos los trámites, lo condujeron por un amplio pasillo, al final doblaron a la derecha y bajaron algunos escalones que terminaban en una puerta de hierro, la reja se abrió al tiempo que una mano abierta descargaba su brutalidad sobre su espalda que lo empujó al interior de una celda, el empujón lo hace dar algunos traspiés sin caer al suelo, al tiempo que la puerta de hierro golpea al cerrarse, produciendo el efecto de una lápida que no dejará que nadie sepa quiénes están allí ni la suerte que les espera.

Presidio político.(.....)

El documento que le ocuparon a Camacho constituirá la prueba de su vinculación al Movimiento y sobre él le preguntarían constantemente, inventó a un personaje llamado Andrés y sobre él basó su vinculación con el documento.

Dijo que este le entregó el documento y que lo había tratado muy poco, que precisamente Andrés debía ir a la reunión donde le iba a explicar cómo era que él (Camacho) debía tener los contactos con él y con los que aparecían en 175 Camacho, Jefe de Acción en Ifabana Campo el documento, al no llegar Andrés, él desconocía cómo interpretar la información. Como es de suponer no le creyeron. Las voces ira¬cundas de los esbirros seguían interrogando:

— Tiene que decirnos quién es Andrés y por qué no asistió a la reunión.

— No puedo saberlo, seguramente notó que la casa estaba tomada por la policía y no entró -respondió.

Los golpes acompañaban a las palabras, las manos no eran sufi¬cientes, unas mangueras calientes que trituran sin romper el hueso caían sobre su espalda una y otra vez.

Después del primer interrogatorio lo llevaron al calabozo, pero al poco rato lo volvieron a llevar a un local, donde al entrar le die¬ron un fuerte golpe en el estómago que lo dejó sin poder respirar, cuando pudo incorporarse le golpearon en la cabeza con un objeto duro envuelto en papel. Se oyó la voz de Ventura que gritó:

— ¡No, en la cabeza no, que lo pueden matar y necesitamos que este hable!

Preguntaban y golpeaban más de diez hombres que tenían prepa¬rados para torturar: perdía el conocimiento y lo recobraba, le tira¬ban agua al rostro, pero seguían las preguntas sobre la verdadera identidad de los que aparecían en el documento: "No sé... No sé". Era la respuesta del prisionero, y a cada negativa un golpe. Tenía un pensamiento fijo, resistir. A cada pregunta, la misma respuesta, no podía equivocarse, no sabía nada. Al final de cada jornada de tortu¬ras, los policías lo conducían al calabozo casi a rastras.

Ya habían traído a Casita, tenía vendadas las heridas, estaba pálido, pero estaba vivo. Al ver a Camacho sangrando y maltrecho por las golpizas, trató de animarlo y fue a buscarle agua, pero solo pudo encontrar una lata y extrajo agua del tanque del inodoro, la única agua que tendrían en aquel calabozo.

Ambos aprovecharon la opor¬tunidad para ponerse de acuerdo, hablaron muy bajito previendo que pudieran sorprenderlos; emplearon el tiempo justo para acordar algunas respuestas.

Cuando los policías volvieron y los llevaron de nuevo al cuarto de torturas, desde la puerta les dieron un empujón. Casita iba delante y recibió un golpe que no esperaba, un segundo esbirro le tiró con el puño cerrado a Camacho que con rapidez se agachó para esquivarlo y el golpe lo recibió en pleno rostro el poli¬cía que iba detrás. Se enrarecieron aún más, colocaron una soga en el cuello de Camacho apretándola, mientras Casita trataba de librar¬se de los golpes.

En desigual forcejeo, en lo que parecía una pelea, un golpe en el rostro de Camacho hizo que perdiera el conocimiento. Cuando lo recobró, se encontraba en el piso del calabozo, mientras otros presos trataban de reanimarlo rociándole agua.

Las celdas estaban llenas de presos políticos que habían caído en San Francisco de Paula, acusados de tener armas y explosivos, su¬puestamente sustraídas del polvorín del Mariel.

Los sacaban de la celda y los regresaban varias veces al día y en todas les hacían las mismas preguntas, se mantenían en lo mismo, no sabían y lo que sabían eran noticias carentes de importancia. Por la noche de aquel día del encuentro con Casita, ordenaron:

— Separen a estos dos, no los vayan a tener juntos.

Se dieron cuenta tarde porque ya se habían puesto de acuerdo y no les pudieron coger contradicciones en los interrogatorios.

Uno de aquellos días, Ventura se apareció con una mujer para que identificara a Camacho, era la hermana de Armando Cubría, que había caído prisionero de Ventura y se comentaba que no resis¬tió las torturas. Al referirse a él, Ventura decía:

— Si Cubría habló, tú hablarás también.

Ella dijo que lo conocía de Santiago de Cuba, él no la recordaba. Seguramente no la conoció nunca antes. Decían que era querida de Ventura y hacia el triste papel de chivata contra los miembros del 26 de Julio que venían a trabajar a La Habana.

Cuando ella entró detrás de Ventura, este se dirigió a Camacho diciéndole:

— Esta muchacha lo conoce, vamos a ver si quiere seguir mintiendo.

La miró sin recordar haberla visto antes. Ella tomó la iniciativa diciendo:

— ¿Así que Israel Ruiz?, usted es Julio Camacho.

Y comenzó a argumentar su participación en Santiago de Cuba, en reuniones en que según decía ella habían estado.

Cuando Ventura consideró que había cumplido el objetivo, se la llevó, mientras otros policías, en forma burlona, continuaban su macabra tarea. Ventura volvió seguido de Calviño, Carratalá, El Niño y toda aquella escoria vestida de hombre, traían unos papeles: "Usted se alzó en Ermita y allí mató a varios guardias". Lo golpearon con ambas manos en los oídos, a la vez que decían: "Tiene que pagarlos, a menos que colabore con nosotros, si no pagará muy caro esos muertos" .

Ventura hablaba por las mentiras que habían inventado los guardias del Cuartel Ermita. .

— No he matado a ningún Guardia Rural -respondía el detenido. .

Pero el policía continuó preguntando sobre el alzamiento de Ermita: .

— ¿Quien fue su Jefe? -preguntaron, aunque tenían papeles y fo¬tos que habían sido circuladas por los cuerpos represivos después de los sucesos del 30 de noviembre. .

— Mi jefe fue Frank País. .

Hacía cuatro meses que Frank había sido asesinado en Santiago de Cuba. .

— ¿Quién le dio la orden de alzamiento? -preguntó Ventura. .

— Frank -respondió el prisionero. .

— ¿Quiénes eran sus compañeros? .

Relacionó los nombres de compañeros muertos y los que estaban cumpliendo condena en Isla de Pinos. .

— ¿Usted estuvo en Santiago de Cuba, dónde paraba? .

— En Heredia 456. .

Aquella casa ya no era utilizada por el Movimiento porque a su dueño, Armando García, lo habían asesinado. Sin embargo, ellos interpretaron que le estaba proporcionando un dato muy importante. Ordenaron verificar la información. .

Por las voces de los policías durante los interrogatorios y las torturas, el prisionero se enteraba de la respuesta que dieron las autoridades de Santiago de Cuba, ya habían ocupado esa casa y un revoltoso fidelista muy peligroso que encontraron en ella estaba muerto. Aquellos que¬rían demostrar que eran muy eficientes, y cuando de La Habana le mandaban una información se vanagloriaban al poder demostrar que ya ellos habían tomado el lugar. .

...Me preguntaron quiénes eran mis compañeros en Santiago de Cuba, me referí a los que ya no existían o que estaban en la Sierra Maestra. .

Ventura visitaba frecuentemente la ciudad de Santa Clara, donde era visto en compañía del jefe de la policía Cornelio Rojas, me preguntó si había estado en Las Villas, le respondí que solo de tránsito. .

Siguió preguntando: .

— ¿Por qué salió de Oriente? .

- Porque era muy intensa la persecución y decidí venir para La Habana, donde Andrés hizo contacto conmigo enviándome esa nota, nos debíamos encontrar en la reunión, pero antes de que me pudiera explicar el plan de trabajo ustedes me cogie¬ron preso. .

En mi respuesta trataba de lograr cierta coherencia, para darle credibilidad, pero los golpes eran constantes como para man¬tener una tensión de terror hasta que era devuelto al sótano..

En el calabozo se encontraba un piloto de apellido Medina, cola¬borador del 26 de Julio que había traído un grupo de armas desde Costa Rica para La Habana. Las armas habían sido recibidas por Santiago Riera, villaclareño a quien el Movimiento había traslada¬do para La Habana porque en Las Villas estaba muy "quemado". Medina y Santiago no se conocían y la cárcel les dio la oportunidad de identificarse. .

Hubo un momento en que algunos presos estuvieron separados en diferentes celdas y luego los volvían a unir. Cuando tiraban a un prisionero golpeado y ensangrentado al piso del calabozo, Casita, con su solidaridad acostumbrada, trataba de animarlo y en algunos casos cogía agua del tanque del inodoro, y se la ofrecía. Se podían escuchar los rezos de Santiago Riera que era católico y a Medina que practicaba el espiritismo, santiguando al compañero que tras las golpizas pensaban que iba a morir. Y tenían razón, parecía imposible llegar al día siguiente. Las torturas físicas en que el tiempo parecía detenerse: gritos, ofensas, golpes en los brazos, la espalda, los oídos, la nuca, hasta perder el conocimiento. A punto del des¬mayo les encarnaban un clavo que sobresalía del tacón del zapato de un esbirro, en las manos o en la rodilla, para comprobar si real¬mente estaba inconsciente. .

Aquellos hombres no parecían seres humanos, no podían ser nor¬males, a qué extremo de salvajismo puede llegar un hombre para ensañarse con otro indefenso y golpearlo hasta romperle los huesos, arrancarle las uñas, los ojos o los testículos. .

¿De qué escuela habían aprendido las artes de la crueldad? ¿Qué vientre pudo engendrar a tantos asesinos?

Oficiales de alta graduación y jefes de provincias, participaban en los interrogatorios, el propio Esteban Ventura, Orlando Piedra, Cornelio Rojas de Santa Clara, Menocal de Pinar del Río, Carratalá, que además tenía un hermano policía apodado El Flaco que se hizo famoso junto a Calviño; torturadores, violadores y sádicos asesinos.

Aquellos interrogatorios que buscaban obtener información de los miembros del 26 de Julio de las provincias o de las acciones ocurridas en ellas no lograron muchos resultados, los revolucionarios preferían morir a traicionar la causa por la que luchaban. No obstante, al conocerse que un compañero era apresado, se tomaban medidas en los lugares que eran de su conocimiento o que frecuentaba. Fren¬te a las prisiones se levantaba un muro de silencio, cuántos compa¬ñeros desaparecieron sin que sus verdugos dejaran huellas de sus últimos momentos, para que ni los arqueólogos puedan encontrar sus restos porque los lanzaron al mar.

En la 5ta. Estación de Policía iban sacando a los prisioneros de la celda y los llevaban para el lugar de torturas que estaba sobre los calabozos, donde quedaba el resto de los prisioneros, y podían escuchar los gritos de dolor durante los interrogatorios y torturas día y noche, de esa forma sufrían los dolores propios y el suplicio de los demás, porque cuando tiraban los cuerpos maltrechos al calabozo, seguían escuchando los gritos y quejidos de los otros compañeros que eran interrogados, torturados o simplemente golpeados a todas horas.

En las paredes del calabozo estaban las señales de la violencia, de los que habían sido asesinados allí mismo, restos del cuero cabelludo y la sangre que había corrido por la pared en varios hilos. ¡Cuánto sacrificio! ¡Cuántos habían sufrido torturas hasta llegar a la muerte, por su decisión de luchar para librar al país del oprobio de la dictadura!

(.....) Las torturas de que eran objeto los prisioneros en los sótanos de la 5ta. Estación de Policía, siguieron siendo un festín que compartían los altos jefes militares de Columbia, La Cabana, el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) y el BRAC (Buró de Represiones Anticomunistas).

Con toda la experiencia que tenían los esbirros que aplica¬ban los métodos de tortura para obtener información, les parecía imposible que algunos hombres pudieran resistir días y noches aquellas torturas, que en forma constante, sus hombres aplicaban, sin poder doblegar el espíritu y la moral de los militantes del 26 de Julio; al parecer, los golpes no les causaban dolor, eran capaces de morir sin denunciar a sus compañeros, lo que llenaba de rabia y odio a los verdugos.

Calviño, traidor al 26 de Julio, quién se había pasado al bando de los torturadores, con cinismo se dirigía al prisionero en estos términos:

- No seas bobo, haz como yo, di lo que sabes, ¿qué te puede dar el 26 de Julio? Yo pertenecí al 26 hasta que un día me pasé y mírame, decido tu vida.

Camacho, Jefe de Acción en Habana Campo La respuesta no se hizo esperar.

- Te pagan por lo que eres, un traidor —respondió Camacho cob rabia.

Un golpe a la cabeza del prisionero lo zarandeó. Ventura,que contemplaba el careo esperando el resultado, increpó a Calviño:

- ¡En la cabeza no, lo quiero vivo! No ha dicho nada nuevo y este sabe mucho. ¡Nos tiene que decir quién es Andrés o lo mato yo mismo!

En el suelo donde fue a parar, recibió un punta pie por el costadc, que no le permitía respirar y un sudor frío recorrió su cuerpo, perdió la noción de la realidad. La sangre se mezclaba con el agua cqu» le tiraban a la cara, al volver en sí se sentía en un estado de inercia, sin fuerzas. Los esbirros le arrastraban hasta el calabozo testigo • d» tanto sufrimiento. Sabía que estaba vivo porque constantemente pensaba que no podía fallar, aquella idea le daba fuerzas.

Pudo ser aquella noche cuando lo sacaron en el maletero de un carro y lo tiraron en una cuneta a orillas de una carretera, no sabia dónde, pero en aquellos momentos una fuerza tremenda por sobrevivir lo animaba como único objetivo. Cuántos revolucionarios pasaron por la misma situación, era el método utilizado por la tirainu para imponer el terror. Percibía la presencia de los militares, escuchaba la manipulación de las armas sin posibilidades para defenderse. Sabía que un disparo dejaría rota su cabeza sobre la hierba, pero no sentiría el disparo. La voz alterada de quien va a ser sorprendidc cometiendo un crimen exclamó:

- Capitán Evelio Mata, se acerca un carro haciendo cambio d« luces.

El auto se detuvo bruscamente, las puertas se abrieron y Ventura se precipitó dando señales de gran disgusto y gritó imponente:

- ¿Quién autorizó a sacar al prisionero?

- Este hombre se va a morir en los sótanos —respondió Mata.

- Carajo, que no se muera —dijo Ventura con voz histérica.

- Yo tengo un compromiso con el coronel Fernández Rey. Este prisionero es mío, llévenlo para la Estación -ordenó Ventura en tono imperativo.

El capitán Mata, trataba de justificarse ante la furia de Ventuira, pero obedeciendo la orden, lo retornaron al calabozo.(.....)

Mientras en la capital realizábamos cuantas gestiones estaban en nuestras manos para sacar a Camacho de la 5ta. Estación de Policía, en Santa Clara, Aurelio Hernández de la Barca que era miembro de la Logia Caballeros de la Luz, me informaba que en la Logia se le había pedido al coronel Fernández Rey, que era miembro también, que ejerciera sus buenos oficios para conseguir el traslado para la cárcel provincial, de un "hermano" (Camacho) que se encontraba detenido en la 5ta. Estación de Policía con riesgo para su vida.

Trátese del efecto que causó el Habeos Corpus o de la gestión de los miembros de la Logia con el coronel Fernández Rey, Jefe del Regimiento Leoncio Vidal de Santa Clara o las dos gestiones juntas, Camacho fue conducido a un buró donde Ventura personalmente le entregó sus pertenencias y fue tirando una cantidad de dinero supe¬rior a la que le habían ocupado. Por supuesto, el prisionero no sabía en aquel momento que aquel dinero le había sido ocupado a Santiago Riera, tesorero del 26 de Julio, en el momento de su detención.

Ventura le preguntó a Camacho mientras le tiraba los billetes sobre la mesa:

— ¿Ese es su dinero?

— No, ese dinero no es mío —respondió Camacho.

— Entonces, ¿qué dinero usted tenía?

— Ochenta pesos -el oficial recogió los billetes sobrantes.

— Quisiera dejarle algún dinero a mi esposa para que se lo entreguen cuando ella venga —dijo Camacho, sin muchas esperanzas de que lo hiciera.

Pero Ventura dictó al oficial de la carpeta lo que debía escribir en el sobre y le entregó el dinero, a la vez que decía a Camacho que lo enviaría a Santa Clara donde el coronel Fernández Rey lo había recla¬mado por los sucesos del 5 de septiembre y que ese sí lo haría hablar.

— Porque allí —dijo— si no habla lo matan.

Pero no salió para Santa Clara, lo llevaron para el SIM, en Columbia, entregándolo al comandante Perdomo. Lo encerraron en un ca¬labozo oscuro con una puerta de metal y una reja de hierro. No supo cuánto tiempo estuvo encerrado. Cuando al fin abrieron la puerta de metal lo llevaron a la presencia de Perdomo, quien con su mirada escrutadora le hizo unas cuantas preguntas.

— Quiero que me diga de qué se le acusa. Cuénteme con calma todas sus actividades en Oriente, en Las Villas y en La Habana

—su tono era persuasivo y auto suficiente.

— Lo de Oriente, Las Villas y La Habana que yo sé, es lo mismo que sabe Ventura y me imagino que lo sabe usted —le respondió Camacho.

El interrogatorio terminó dando idea de cumplir un trámite formal, pero de todos modos, con ellos era difícil saber lo que harían, quizás volvería a interrogarlo como en la 5ta. Estación de Policía, pero a la mañana siguiente lo trasladaron amarrado en avión militar para Santa Clara, donde lo esperaban varias perseguidoras, haciendo girar sus gomas, el oficial del primer carro donde introdujeron al prisionero, ordenó al ponerse en marcha:

— ¡Al Campamento 31!

El Escuadrón 31 que tenía fama por los asesinatos que allí se cometían contra los revolucionarios, podía presagiar nuevas torturas y nuevos interrogatorios. Pasadas algunas horas de estar en el calabozo, Camacho fue conducido a un despacho y lo sentaron con los brazos amarrados, donde un Teniente Coronel de la Guardia Rural de apellido Gómez le hizo el interrogatorio, anotando las respuestas. El oficial ordenó a los guardias que le quitaran las amarras y lo acercaran a la mesa donde él estaba escribiendo. Al conocer que no podía caminar, dijo asombrado:

— ¿Cómo qué no puede caminar? ¿Entonces por qué lo amarraron o se está haciendo? —ordenó a los guardias que lo acercaran, comprobando que les decían la verdad.

— ¿Qué usted le dijo a Ventura? —volvió a preguntar.

Un breve resumen de los días que permaneció en los sótanos de la 5ta. Estación de Policía, le bastaron al oficial, se quedó mirándolo y dijo:

— ¿Quién es Jacobo? —preguntó el oficial.

— Yo no sé quién es Jacobo —le respondió Camacho.

— Yo creo que usted es Jacobo.

— No, yo soy Julio Camacho.

Se puso de pie dando instrucciones de que lo llevaran al calabozo de nuevo, a la vez que decía:

— Yo creo que cuando un hombre llega al estado en que usted está no le puede quedar nada por decir, no creo que haya quién resista los interrogatorios de Ventura sin decir lo que sabe —y continuó diciendo:

— Nos volveremos a ver... Nos volveremos a ver. Le llevaron un vaso de leche que rechazó, el cocinero que lo trajo le dijo:

— Tómelo que no está envenenada. Para matarlo lo llevamos a la caballeriza y le damos un tiro en la cabeza.

Era cínico, pero tenía razón, aquel gesto tenía un significado, no pensaban matarlo. Desfilaron curiosos algunos guardias mirándolo, un soldado afirmó:

— Ese es Jacobo.

— ¿Para qué usted se mete en ese rollo? —le preguntó otro.

— ¿En qué rollo? —respondió el prisionero.

— En esos en que ustedes se meten y dan lugar a que los pongan así como está.

— Mire, yo no estoy en ningún rollo y no he dado lugar a que me pongan como estoy —le contestó molesto.

Todo el rencor acumulado por las torturas que aquellos mismos militares le habían causado, comenzaba a manifestarse en la respuesta, olvidándose que todavía era un prisionero. El soldado se quedó mirándolo y le dijo:

— Usted no debe hablar mucho, no le conviene.

Cuando llegué a Santa Clara, fui al bufete del hermano del también abogado Humberto Jorge miembros del 26 de Julio, le conté el motivo de mi visita y le pedí que me acompañara al Campamento 31 de la Guardia Rural para entrevistarnos con Camacho. El sobre del dinero que Camacho me dejó, estaba escrito en forma que me serviría de salvoconducto para entrar al campamento militar.

El Oficial de Guardia no solo nos dejó pasar, sino que inmediatamente trajeron esposado al prisionero. Su aspecto era expresión de los días en prisión; la barba crecida, el pelo echado para atrás tratando de ocultar los mechones que le habían arrancado y su ropa parecía ajena. Al verlo amarrado exclamé:

— ¡Así, como si fuera un asesino ¡

Uno de los soldado que estaba a su lado me respondió con pena:

— Señora de Camacho, no se ponga triste, hoy él está más seguro que antes.

Camacho me pidió que volviera al día siguiente y le llevara un cinto porque en la 5ta. Estación de Policía le habían perdido el suyo. Llegué al Campamento 31 con el cinto, justo en el momento que lo llevaban esposado con otro compañero para el Vivac, donde los fichaban y por la tarde lo llevaron para la cárcel a la galera 6. Los presos políticos compartían con los comunes en el patio cuando salían a coger sol, los que demostraban respeto y solidaridad por los presos políticos.

El sábado y el domingo eran días de visitas y se llenaba el corredor de la cárcel con el grupo de personas amigas que los visitaban.

Había caído preso Raúl Peroso, El Capitancito, Alfredo Mesa Cardentey del poblado de Manacas y Albertico Rodríguez de la ciudad de Santa Clara, acusados del atentado a Cornelio Rojas.

También había sido trasladado de la 5ta. Estación de Policía para la cárcel de Santa Clara, Luis Pérez Martínez que había caído preso en La Habana, era chofer de Santiago-Habana y fue brutalmente torturado por los esbirros de Ventura, que le habían arrancado hasta los dientes.

Entre los presos políticos se encontraban: Puri Curbelo Morales, de Cienfuegos; Horacio Camacho, de Quemado de Güines; Luis Jesús Seijas, de Placetas; Rigoberto García Antunas, Félix Reyes, Ernesto Rodríguez, Osbier Basnueva, José de la Paz, Carlos Pérez Hernández, Juan Morales Fernández y Rogelio Montenegro Guerra y otros compañeros que por diferentes causas guardaban prisión.

Puri Curbelo, al ver en la cárcel a Camacho, reunió a todos los presos políticos para que no lo identificaran como Jacobo ni lo relacio¬naran con el 5 de septiembre. Aquella iniciativa de Curbelo evitó que las autoridades del penal lo vincularan con el hombre de Cienfuegos que las autoridades de Santa Clara nunca pudieron identificar.

Los presos políticos recibían un gran apoyo del Movimiento 26 de Julio en la provincia, entre ellos el doctor Gómez Lubián y su familia: Magali, Clara Nena, Leyla, Josefina y Yiya. El doctor Guillermo Rodríguez del Pozo y su esposa Cristina, Aleida March, las hermanas Pino Machado, Ada Salabarría, Clara María Lubián y Roberto Gómez Cortés, Moropito, el doctor Aurelio Hernández de La Barca, las hermanas Obaya, Martha Lugioyo y las Leal, entre otras, que atendían no solo a los presos, sino a los familiares cuando llegaban de otros lugares a verlos en días de visita.

Fue necesario que el doctor Gómez Lubián atendiera a Camacho, después de examinarlo, pidió al alcaide del penal que lo llevaran al hospital para hacerle una radiografía, tenía costillas fracturadas y fisuras, el médico le ajustó una venda alrededor del tórax que le sirvió de mucho alivio. Los golpes en el cuerpo parecían ser la causa de la sangre en la orina, lo que iría eliminando poco a poco.

Los golpes en los brazos y la espalda, le habían endurecido los músculos en forma de pelotas, con dolores al simple contacto.

Un abogado de apellido Espinosa, que lo defendería en el juicio, comenzó a pedirme la información procedente de Oriente que sería necesaria. Tuve que buscar testigos de Santiago de Cuba, hago constar del Sindicato de los Ferrocarriles de Guantánamo y cuantos documentos se le iba ocurriendo que eran necesarios, teniendo en cuenta los cargos que pesaban sobre el acusado

. El juicio se efectuaría en el Tribunal de Urgencia de Santa Clara, el 11 de febrero, los acusados Julio Camacho y Luis Martínez, formularon acusaciones contra Esteban Ventura por las torturas cometidas contra ambos, mostrando las huellas que aún estaban en sus cuerpos.

De estas acusaciones la revista Bohemia se hizo eco, divulgando la noticia como: "Una vez más los acusados se convierten en acusadores".

Salió absuelto, pero lo volvieron a llevar a la cárcel por orden del Tribunal de Urgencia, porque estaba reclamado por la causa 67/56 de Santiago de Cuba, por los sucesos del 30 de noviembre y del desembarco del Granma.



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Tomado de "Historia de una gesta libertadora 1952-1959
Georgina Leyva Pagán, páginas: 160-193
Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
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GRUPO DE HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN SANTA CLARA (ACRC)


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