LUNES 29 SE DESALOJAN LOS SOLDADOS DEL CAPIRO
Y SE RINDE EL TREN BLINDADO Y EL CUARTEL DE LOS CABALLITOS
2 COMBATIENTES CAÍDOS ESE DÍA
A las 5 de la mañana del lunes 29 de diciembre, el seco ladrido de las ametralladoras y el estampido de los obuses, en las afueras, anunció a los pilongos el comienzo de la batalla.
El Che, con base en los recintos universitarios, estaba lanzando sus bravos al asalto de la Loma del Capiro y de la jefatura del distrito de Obras Públicas. Ambas posiciones cedieron ante el empuje incontenible de los rebeldes.
El tren llegó acéfalo al área de combate, con un mando improvisado. El coronel Rosell, jefe del cuerpo de ingenieros a cuyo cargo estuvo la responsabilidad de blindar y artillar el monstruo de acero designado como comandante de la expedición, desertó en el momento de la partida. Amillonado en el plácido usufructo del marzato, el cauto oficial no se sintió atraído ante la idea de montarse en aquella fortaleza móvil, con sombrías perspectivas de ataúd. Sigilosamente, anticipándose unas horas a Batista, se escurrió hasta los muelles del Biltmore, abordó su yate y se dio a la fuga.
De otra parte, la prédica revolucionaria había permeado al Cuerpo de Ingenieros. En los alistados, clases y oficiales existía escasa vocación de lucha. Cada cual estaba consciente de que Batista y Pedraza les enviaban al matadero para un estéril sacrificio. No era un secreto que algunos, bajo los uniformes, escondían ropas de civiles.
Las primeras patrullas insurgentes habían ganado el acceso a la ciudad Se infiltraron a través de las calles San Miguel, Nazareno, Caridad y otras, cortando las intersecciones de la carretera central, controlando el puente de La Cruz.
En el parque Leoncio Vidal, bajo el fuego certero de los mejores tiradores del Regimiento, apostados en el Gran Hotel, los rebeldes avanzaban pegados a las pared arrastrándose por sobré el asfalto. A diferencia de la campaña en montañas, esta vez la topografía les era adversa.
Estaban en descubierto, bajo la mira de las ametralladoras instaladas en el ultimo piso del empinado rascacielos de provincias. Pero continuaron ganando tiempo hasta posesionarse, tras enconada lucha, del Palacio Provincial.
El siguiente paso consistía en penetrar en la planta baja del hotel para ir conquistándolo de piso en piso y de habitación en habitación. Por otras vías progresaban las tropas del Directorio. Uno a uno se desplomaban los baluartes del régimen. Los tanques, en los que tanto confió Casillas para el éxito de los combates de las calles, eran virtualmente prisioneros de la muchedumbre, atascados entre las barricadas de obstáculos de toda especie. Delante de ellos, la ciudadanía tendía cortinas de gasolina ardiendo. Los aplastó la noble cólera del pueblo al que pretendieron intimidar.
Los asesinos del aire no se dieron tregua en su labor. Durante todo el día, las alas negras de la FAE volaron sobre la ciudad martirizada. Empezaron por las afueras, atacando las entradas por Camajuaní, el edificio de Obras Publicas, la central en su sección Placetas-Santa Clara, el reparto Páez, el reparto Santa Catalina. Los rebeldes montaron antiaéreas en camiones y corrieron a las zonas bombardeadas. El caserío, en las faldas de la loma del Capiro, fue barrido. De entre las ruinas se elevaba un humo espeso y un herdor a carne quemada.
Luego se batieron sobre Santa Clara. Los verdugos de Cienfuegos, los bárbaros que asolaron Sagua e hicieron cenizas San Luis y Alto Songo, iban a escribir el más horrible capítulo en sus expedientes de genocidas. Los viejos tejados de la ciudad de 'Marta Abreu saltaban sobre calles y edificios, arrojando al aire racimos de escombros.
No se respetaron clínicas ni hospitales. En el de Maternidad, donde médicos y enfermeras dieron ejemplo de abnegado sentido del deber, algunas mujeres alumbraron bajo la metralla, mientras las pavorosas "revientamanzanas" estremecían el edificio y se hacían pedazos los cristales del salón de operaciones. Eran hijos que nacían en un minuto, a la vez terrible y estelar.
En la clínica situada en la carretera de Camajuaní, los enfermos saltaban de sus lechos presas de pánico. El corresponsal de la Sección EN CUBA presenció cómo un rebelde, un jovencito de apenas 16 años, abandonaba el abrigo de una columna para salir a la calle batida por los proyectiles de un caza para cubrir con su cuerpo a una niñita que corría enloquecida. Escenas similares se vieron en todas partes.
En algunos lugares, los cráteres abiertos por el bombardeo medían hasta diez metros de diámetro.
El_Pelotón de Rogelio Acevedo atacó la cárcel y la Audiencia, y el de Pablo Ribalta entró en el barrio Condado, uno de los más humildes de la ciudad, rodeado de caseríos marginales, y allí la gente se desbordó de júbilo.
Ese grupo de combatientes tomó el barrio de los prostíbulos más famosos de la ciudad, conocido por Majana, e incendió el teatro pornográfico Martí.
Su nombre era una afrenta que justificaba la tea incendiaria a laque los mambises tanto apelaron en sus guerras. Las milicias del 26 de Julio estaban organizadas para el apoyo desde la retaguardia y para la asistencia a combatientes.
El Che ordenó a una parte del pelotón suicida que tomara por asalto las posiciones enemigas de la loma del Capiro. Los soldados que la ocupaban respondieron con varios morterazos y fuego nutrido, mientras la aviación hostigaba a los rebeldes. Finalmente, al ser desalojados del Capiro, sus defensores se refugiaron en el tren blindado, que avanzó hacia la ciudad acosado por los guerrilleros. A continuación a en manos de los rebeldes, la estación del ferrocarril y la planta eléctrica.
En Santa Clara, el jefe del tren blindado, comandante Ignacio Gómez Calderón estaba sin saber qué hacer bajo el fuego intenso de los rebeldes.
Procedente del Regimiento No. 3 le llegó la orden de que retrocediera hacia la estación del ferrocarril y tratara de rescatar dos plantas móviles que se hallaban en ese lugar. Alrededor de las tres de la tarde, siempre bajo el fuego sostenido de los rebeldes, el tren batió campanas, comenzó la retirada sin la menor prevención Sus gruesas planchas resonaron bajo el impacto de las balas mientras centenares de cócteles Molotov se rompían en llamas sobre las corazas de acero. Por las mirillas, el batallón de ingenieros hacía funcionar desesperadamente sus ametralladoras. Era un espectáculo dantesco el del tren, semejando un reptil prehistórico, envuelto en llamas y en humo, en mitad de un estrépito infernal El convoy quedó descarrilado, donde había sido levantada la línea. bajo la implacable acometida de los "barbudos de la Ciro Redondo.
Muy cerca de allí, la aviación destruyó varias casas durante los bombardeos. "El Vaquerito se metió por dentro de una hortaliza que había en el Hospital de Maternidad.;. llevaba cocteles que empezó a tirar contra los coches blindados del tren, aquello se llenó de humo. Dicen que el Vaquerito incluso llegó a meterse dentro del tren"
Con el descarrilamiento, algunos vagones se volcaron. El lanzamiento de Cocteles Molotov contra los coches blindados convirtió el convoy en un verdadero infierno.Desde uno de los vagones volcados, por una de las troneras donde un segundo antes disparaba una calibre "30' asomó un pañuelo blanco sujeto al cañón de un fusil. Era el medio día. Sobre la ciudad se cernía una fina llovizna. Cuando el Che llegó al lugar ya los hombres del teniente Roberto Espinosa habían hecho 41 prisioneros y se mantenía el acoso:
una lucha muy interesante donde los hombres eran sacados con "cocteles Molotov” del tren blindado, magníficamente protegido, aunque dispuesto solo a luchar a distancia, desde cómodas posiciones y contra un enemigo prácticamente inerme, al estilo de los colonizadores con los indios del Oeste norteamericano. Acosados por hombres, que desde puntos cercanos y vagones inmediatos lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertían, gracias a ¬las chapas del blindaje- en un verdadero horno para los soldados.
Al ser informado de que un refuerzo se acercaba por la carretera de Camajuaní , Che ordenó al capitán Pardo que continuara el acoso, le prometió "el envío de algunos hombres de la Universidad, donde más de cien combatientes procedentes de la escuela de reclutas 'Ñico López' permanecía como reserva" y se dirigió al lugar donde lo necesitaban.
Sobre las cuatro y media, el capitán Pardo propuso una tregua. La experiencia le había enseñado que esa era una eficaz manera de resquebrajar aún más la moral de los soldados.
La tregua fue aceptada. Pardo se acercó al tren y conminó a rendirse al 1er. oficial que encontró; un comandante médico que estaba de acuerdo con terminar choque, pero argumentó que no podía tomar ninguna decisión pues no era el jefe.
Cuando encontraron a Gómez Calderón, este afirmó que no pensaba rendirse. Al saber que el Che se hallaba al frente de las operaciones, solicitó un encuentro con él..
Salieron a buscarlo, se apareció por la cola del convoy. El comandante Che Guevara concedió una tregua de 15 minutos para que se concertara la rendición y pidió a la Cruz Roja que interviniera. Leovaldo Carrazana acompañó al Che en esa misión; luego recordaría:
“Me paré al lado de la farola del puente sobre el río Cubanicay con una bandera blanca y grité: ¡Soldados, aquí estamos con el jefe de la tropa rebelde que no quiere más sangre!
El jefe batistiano aceptó negociar, pero pidió hacerlo donde no lo oyera la tropa.
Che aceptó ir hasta uno de los vagones del tren blindado. Allí estuvieron hablando. El oficial proponía que los dejaran regresar a La Habana y no hacían un solo disparo más.
-Yo le doy mi palabra de honor que si nos deja continuar viaje a La Habana, no vamos a disparar ni un solo tiro contra ustedes.
-Mire, aun creyendo en su honor militar, esas armas las utilizarían otros soldados-
No acababan de llegar a un acuerdo cuando los soldados comenzaron a abandonar los vagones por su cuenta y a alternar con los rebeldes. La situación se le hizo incontrolable al jefe batistiano. Sus soldados estaban ansiosos de terminar aquella guerra.
La rendición se tramitó en breves instantes, casi sin formalidades. Los prisioneros, exactamente 401, fueron trasladados a la de pendencia de Obras Públicas, donde quedaron bajo la custodia de un pequeño grupo de rebeldes. Un alistado, con palabra balbuceante narró su odisea.
—Fuimos engañados. Al salir nos dijeron que llegaríamos hasta Agabama, reconquistando fácilmente los cuarteles, que ustedes eran un grupito mal armado. Cuando nos atacaron quedamos boquiabiertos. ¡Nos engañaron! ¡Nosotros no queríamos venir!
El botín apresado incluía 8 bazukas, numerosas ametralladoras y más de 80 mil tiros. Como siempre, el ejército de Batista devenía en fuente de abastecimiento de los insurgentes. Las flamantes armas no tardaron en entrar en acción aunque manejadas por manos distintas a las de aquellos a los que estaban destinadas.
Y dio principio el asalto a la ciudad. Santa Clara entera se alzó en armas contra el tirano.
Hasta los propios insurgentes que habían llegado de Oriente, habituados a la devota solidaridad de población civil, se sintieron cohibidos ante aquella explosión de heroísmo colectivo. El pueblo se lanzó a la calle. Los autos fueron sacados de sus garajes y volcados por sus dueños para cerrar camino a los tanques enemigos. Desde las azoteas, desde puertas y ventanas, mujeres y hasta niños arrojaban cócteles a los carros blindados de la dictadura.
Era clamor unánime. — ¡Armas, armas!
Y cuando las recibían, casi sin preguntar como manejarlas, se precipitaban hacia la más próxima zona de pelea, entremezclados con los barbudos cruzados de la libertad, supliendo con valor lo que les faltaba en experiencia.
En ataque a la plaza del mercado, un veterano del Escambray se arrojó a las piernas y derribó con justificada violencia a una muchacha que, con temeridad suicida, corría hacia los acorralados soldados Batista, empuñando una pistola
La noticia llegó pronto a Batista, pero un tanto edulcorada. El mensaje enviado a La lHabana le informaba que a las 22:00 horas, al tratar de remover el convoy hacia la estación de ferrocarril de Santa Clara para rescatar dos plantas móviles cumpliendo instrucciones del jefe de regimiento, habían caído prisioneros.
El armamento ocupado en aquel tren superaba la suma de todo lo que poseían entonces las fuerzas rebeldes que operaban en Santa Clara. El aporte a los arsenales guerrilleros fue muy apreciado por Fidel Castro, quien no había descartado la posibilidad de un gran combate final en Santiago de Cuba o en la Habana.
Cerca de cuatrocientos prisioneros procedentes del tren blindado fueron trasladados a Caibarién para que la fragata los embarcara hacia la capital. Ellos represéntaban la última esperanza militar del régimen. En ómnibus, autos, camiones, Antonio Núñez Jiménez, Rodolfo Rodríguez de la Vega y otros oficiales rebeldes trasladaron hasta el puerto de Caibarién a los vencidos.
Se le comunició a la fragata la presencia de los soldados rendidos y contestaron que tenían que consultar a Columbia, Se gestionó el envío a tra´ves de Sagua la Grande, pero el Captitán de la Rosa se negó a recibirlos pues alegó que sería muy prjudicial para el prestigio y la moral de la tropa de ese cuartel.. Finalmente la frgagata comunicoó la negativa de Columbia de aceptar los prisioner os ya que eran unos cobardes , y debían quedarse allí y correr su proia suerte.
Entonces fueron trasladados para el Club Naútico de Caibarién donde en vez de ser matratados recibieron atención y eran mirados sin rencor, más bien con pena por haber tenido que jugar un papel tan infeliz en la guerra. Las milicias comenzaron a prepararles comida, culminando así la historia del famoso "tren blindado"
De igual modo, ese mismo día 29, pero aproximadamente las 6:30 de La tarde, cayó en manos rebeldes el cuartel de Los Caballitos.
Por la ciudad circuló un manifiesto mimeografiado con un mensaje dirigido al “Pueblo de Santa Clara” que anunciaba: “ Nuestras fuerzas ocupan la mayor parte de la ciudad y creemos que dentro de breves horas podremos anunciar a los villareños y al pueblo de Cuba que SANTA CLARA YA ES CIUDAD LIBRE.”
El documento también prevenía contra el exceso de entusiasmo, recomendaba que evitaran “ desbordarse en manifestaciones populares, ya que el ejército aún ocupaba posiciones en la ciudad y había franco tiradores apostados en varios edificios.”. Las orientaciones para la población eran las siguientes: La población civil debía permanecer en sus casas y salir solo en caso de extrema urgencia:
Las familias residentes cerca de las áreas de conflicto debían evacuar el lugar inmediatamente, pues era muy posible que se produjeran bombardeos y ametrallamientos, se solicitaba ayuda a los miembros del Ejército Rebelde y la clandestinidad.
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