VILLACLARA
HÉROES ETERNOS DE LA PATRIA
Ramón González Coro (Mongo)
Minas de Matahambre, 23 marzo 1931 - Escambray, 17 diciembre 1958
La historia revolucionaria de Santa Clara está llena de hechos heroicos. Uno de ellos ocurrió hace 52 años, el 17 de diciembre de 1958, cuando un comando del Directorio Revolucionario 13 de Marzo rescató en pleno día a un combatiente del Ejército Rebelde instantes después del juicio seguido en el tristemente célebre Tribunal de Urgencias villareño.
Se trataba del valeroso capitán Joaquín Milanés, El Magnífico, quien se encontraba preso en la cárcel de Santa Clara, situada entonces frente a la Audiencia, en el edificio que hoy ocupa la escuela Fructuoso Rodríguez.
El capitán rebelde Ramón González Coro.
El jefe del comando de rescate fue el capitán rebelde Ramón González Coro, Mongo, un joven de sexto año de Medicina, que se había destacado en las luchas estudiantiles de la Universidad de La Habana, y en las guerrillas del Escambray ostentaba la jefatura del comando José A. Sanchidrián.
Integraban también el grupo de rescate Víctor Dreke —coronel (r) de las FAR y actual embajador de Cuba en Guinea Ecuatorial—, Raúl López Pardo —Raulín (ya fallecido)— y Osvaldo Ramírez García, traidor a la Revolución después, devenido jefe de bandidos en las montañas, ejemplarmente ajusticiado el 16 de abril de 1962.
A ellos se sumaría, por su propia voluntad e iniciativa, el también capitán del Ejército Rebelde Roberto Fleites González, hijo de Santa Clara. Su solicitud de participar en la acción fue denegada por el jefe del comando, junto con el cual viajó hasta Santa Clara para cumplir otra misión distinta. Terminada esta, escuchó los disparos provenientes de la zona de la Audiencia, y hacia allá corrió a apoyar a sus compañeros.
El plan concebido por Coro se basaba en las informaciones suministradas por el coordinador municipal del Directorio Revolucionario, Sebastián Nieves Mestre, y al someterlo a la aprobación del Comandante Faure Chomón, este desautorizó la operación. Sin embargo, ante la insistencia del combatiente y los argumentos que esgrimía, Chomón accedió.
De esa manera, los hombres escogidos para la acción se pelaron, afeitaron y cambiaron de ropas en el campamento de Minas Bajas. Sabían que el juicio estaba señalado para las 9:00 de la mañana, y, como era usual, los presos serían trasladados desde la prisión media hora antes. Ese, precisamente, sería el momento indicado para ejecutar el plan.
Poco antes de las 8:00 a.m. el auto de los insurgentes se estacionó al costado de la Audiencia, entre la hoy escuela primaria Orestes de la Torre y el actual restaurante El Marino. Se acercó, entonces, una persona, Nieves, quien se dirigió a Mongo: «El hombre —dijo— ya no está en la cárcel. Contra lo acostumbrado, fue trasladado desde las 7:00 de la mañana». Se imponía adoptar nuevas decisiones y aplazar la operación.
La espera se hizo prolongada, mientras crecía la inquietud de los combatientes, ya que se aproximaba la hora de salida de los alumnos del plantel cercano, y cualquier descuido podría acarrear un accidente lamentable.
A las 12:40 de la tarde apareció el prisionero en lo alto de la escalinata de la Audiencia. Estaba junto a otros presos, fuertemente custodiado, aunque sin esposas. Ello facilitaría el rescate.
De modo resuelto, González Coro y Raulín avanzan pistola en manos hacia el grupo, en tanto que El Magnífico, percatado de la situación, entabla un breve forcejeo con uno de los guardias y lo desarma. Algunos de los presos, en la confusión, escapan.
Los tres hombres se retiran hacia el auto, desde donde Dreke dispara su ametralladora. De pronto, con su pistola en alto, aparece Roberto Fleites. Por un instante confunde a sus propios compañeros, pero, reconocido por estos, se unió a ellos en el combate. Días más tarde, cayó heroicamente en la toma del Escuadrón 31, durante la Batalla de Santa Clara.
Todos los atacantes logran llegar al vehículo, cuyo motor mantiene encendido Osvaldo Ramírez, listo para partir. Al montar González Coro, una bala enemiga le hace saltar como tocado por un rayo. Sintiéndose mortalmente herido, exclamó: «Me han matado, pero la misión se cumplió», y tomando la mano del amigo rescatado, le susurró: «Flaco, ya estás con nosotros».
Por su parte, Dreke reacciona con rapidez y ordena al chofer dirigirse a Minas Bajas, donde dejan al herido bajo el cuidado de Raulín y Joaquín, mientras él y Guillermo Anido, El Búho, volaban en el carro guiado por Ramírez, en busca de un médico.
Todo resultó infructuoso. La bala destrozó el hígado al combatiente, cuyo cadáver recibió los honores correspondientes a un comandante muerto en combate, grado al que fue ascendido póstumamente.
En Güinía de Miranda, ya liberado, se dio sepultura al héroe, ante una nutrida manifestación de duelo popular. Un parte de guerra informó por la Radio 6-T-M, del Directorio Revolucionario, la caída del valeroso capitán: «Estamos de luto. Se ha ido un hermano que tanta falta hacía a la Patria.» Contaba al morir 27 años, y había nacido en Minas de Matahambre, en Pinar del Río.
Joaquín Milanés, El Magnífico, fue sancionado por delitos comunes después del triunfo de la Revolución, y por buena conducta recobró más tarde la libertad. Antes de morir, tuvo la satisfacción de recuperar sus medallas y títulos honoríficos.
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Tomado de Vanguardia del 8 de Octubre de 2009, por Alberto Taboada González
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GRUPO DE HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN SANTA CLARA (ACRC)
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